La escuela rural
Bustos Jiménez, Antonio
Mágina (col. Recursos), Granada, 2011, 219 pp.
Correo-e: magina@octaedro. com
La escuela rural no es lo que era. Aquellas escuelas unitarias cerradas por la fiebre concentradora del desarrollismo de los setenta y reabiertas años después por la compensatoria del ministro Maravall eran muy diferentes a las unidades de Infantil y Primaria que subsisten en muchos pequeños pueblos. La mayoría se agrupan en colegios que tienen carreteras por pasillos recorridos por los maestros itinerantes, cuentan con recursos tecnológicos y profesorado especialista, se adscriben a institutos de Secundaria en nuevas redes de centros y reciben apoyos de equipos psicopedagógicos y de centros de profesores comarcales.
Eso no quiere decir que la escuela rural no tenga problemas pero ahora los problemas son otros y las soluciones también han de ser diferentes. De todo ello trata este interesante libro. Sin olvidar una larga historia de escasez y de aislamiento pero a la vez de renovación pedagógica y de compromiso social, se aparta de miradas nostálgicas hacia una escuela rural que ya no existe para profundizar en su realidad actual.
En primer lugar, analiza el contexto: un medio rural que ha dejado de ser estático y uniforme. Los cambios demográficos, la llegada de nuevos pobladores, la conexión a la red y el efecto centrífugo de la influencia urbana dan como resultado un nuevo concepto de "ruralidad" que difumina la dicotomía escuela rural/escuela urbana de otros tiempos y, en consecuencia, se plantean nuevos retos.
Después, pone el foco en el alumnado. Un punto fuerte de la escuela rural es la heterogeneidad de edades, grados de madurez, nacionalidades, etc. El trabajo con grupos multigrado tal vez sea una dificultad para el profesor novel pero es un caudal de potencialidades para el alumnado. Todos aprenden de todos. El grupo multigrado facilita la atención a la diversidad, promueve el trabajo cooperativo y favorece el aprendizaje por contagio.
Se detiene luego en el profesorado. Una buena parte llega a la escuela rural, casi siempre su primer destino como docente, sin una adecuada formación inicial para un trabajo en grupos multigrado. Se aboga por introducir incentivos que favorezcan la estabilidad de las plantillas y se insiste en la coordinación, fundamental para mejorar la calidad.
El cuarto eje es la vida en la propia escuela. En una escuela rural, la clave está en la flexibilidad, consecuencia de la heterogeneidad. El libro ofrece diferentes alternativas de organización de los agrupamientos, distribución de los apoyos, utilización de los materiales, estructuración de las áreas, globalización de los contenidos y organización del tiempo.
Por último, traza una panorámica de los nuevos mapas escolares, insistiendo en la interconexión entre centros y servicios y abriendo nuevos horizontes con el acceso a las redes de banda ancha.
El libro se cierra con una detallada bibliografía en la que, tal vez, faltan más referencias a innovaciones llevadas a cabo en comunidades autónomas con un fuerte componente rural y estudios que, aunque hayan pasado los años, puedan servir de contraste con la realidad actual.
En definitiva, un buen libro para entender y trabajar en una nueva escuela rural.