Ángel I. Pérez Gómez. Universidad de Málaga. Correo-e: apgomez@uma.es
A propósito de la publicación del Borrador del Decreto MEC en el que se establecen los currículos básicos LOMCE, considero imprescindible proclamar de forma alta y clara que suponen, a mi entender, la superación, ya difícil, del vigente despropósito actual y añaden un inaceptable sesgo ideológico. Marcan una orientación claramente contraria a la tendencia que están adoptando la mayoría de los países con mejores sistemas educativos, al reducir el currículo oficial a la mínima expresión (Finlandia, Singapur, Japón, Canadá, Nueva Zelanda, Escocia, e incluso Francia).
En educación, como en otros muchos órdenes de la vida humana, menos es frecuentemente más, mejor, confirmando el sabio refrán castellano de que “quien mucho abarca poco aprieta”.
Menos extensión y mayor profundidad. Los borradores actuales amplían incluso el despropósito en la definición de los contenidos obligatorios, un currículo que se extiende a lo largo de kilómetros de extensión (currículo fragmentado y enciclopédico) y que, sin embargo, solamente requiere milímetros de profundidad (aprendizaje repetitivo, memorístico). La amplitud inabarcable de contenidos conlleva la saturación, el recorrido superficial de los mismos, una metodología pedagógica transmisiva de talla única, las prisas y el agobio de los docentes por concluir el programa y la asimilación mecánica y memorística de datos, informaciones y fórmulas, con escasa posibilidad de aplicación relevante, y casi nula probabilidad de comprensión significativa. En definitiva, es incompatible con la enseñanza personalizada y con la definición de las finalidades de la escuela en términos de competencias o cualidades humanas.
En busca de la deseada relevancia, la calidad de las experiencias de cada aprendiz, y no la cantidad de contenidos, debe constituir el criterio privilegiado para el desarrollo de las prácticas educativas contemporáneas. La saturación de contenidos disciplinares, descontextualizados y abstractos impide, en el aprendiz, el desarrollo de la capacidad de investigar, la consideración de múltiples y diferentes perspectivas sobre el mismo foco, la indagación de los aspectos y variables ocultas, el debate de alternativas, la parsimonia que requiere la reflexión. Es decir, dificulta el desarrollo de la capacidad de pensar, cuestionar, aplicar, inventar y recrear, en definitiva, aprender cómo aprender a lo largo de toda la vida. ¿No será este el objetivo inconfesable de las propuestas “reformistas” de los neoconservadores que nos gobiernan?
El currículo que ayuda a educarse, que pretende atrapar y estimular la curiosidad intelectual de los aprendices, ha de concebirse más como un itinerario de experiencias transformadoras que como un listado de contenidos. A lo largo de este itinerario personalizado los aprendices pueden explorar lo que son, lo que no son, y lo que desean ser, así como el contexto natural, técnico, cultural y social que les toca vivir.