No habían pasado más de diez minutos y Marta abrió tímidamente la puerta. Llegaba tarde y sabía lo que le esperaba. Cómo si hubieran despertado de un sueño, la treintena de alumnos coreaban al unísono: “monería, monería, monería…”.
La “monería” es una costumbre instalada en mis clases que protagoniza quién entra en el aula el último. El afortunado o afortunada debe –debemos– realizar una acción divertida, sorprendente, espectacular… En los últimos años hemos asistido a piruetas, chistes, bailes, cuentos y toda suerte de acciones improvisadas que han servido para algo que creo una de las claves del aprendizaje: la complicidad.
Y es que creo que muchos de los pequeños cambios que puedes realizar en tus clases van más allá de ensayar nuevas herramientas educativas. Tienen el efecto de crear un espacio de intimidad compartida que invitan a cuestionar modelos errados de la educación tradicional. Una relación compartida entre todos los que forman parte del grupo –y tú mismo– que dibujan un particular espacio cultural. Una cultura que rompe con una forma de entender el aprendizaje, aburrida, alienante, inservible.
Es gracias a la complicidad como un docente puede dibujar un nuevo escenario de aprendizaje. También gracias a ella los alumnos se sienten seducidos por lo que viven día a día. Ven que lo que aprenden conecta con sus vidas diarias, disfrutan compartiéndolo y buscan experimentarlo día a día.
En los últimos tiempos estamos asistiendo a un importante movimiento que pide un cambio profundo en educación. Se comparten textos, materiales, charlas TEDx, vídeos y experiencias de todo tipo. Blogueros y plataformas de opinión educativa reciben constantemente visitas y comentarios entusiasmados con la necesidad de pintar un nuevo escenario a nuestras escuelas. Con un aire renovado, las nuevas propuestas metodológicas se alojan cada minuto en los bolsillos de centenares de docentes que, como verdaderos activistas de la innovación, retwittean y comparten en sus redes.
El cambio educativo se ha convertido en un fenómeno viral. Cada día al levantarme, encuentro mi Twitter repleto de fascinantes titulares con los que reflexionar sobre mi práctica docente. También decenas de enlaces que me llevan a experiencias, materiales, aplicaciones y artículos de opinión que me hacen sentir parte de una comunidad comprometida con el cambio.
Creo que es precisamente esta sensación de pertenencia al grupo de activistas de la innovación la que realmente está produciendo una masa crítica de agentes de cambio. Porque el cambio educativo –si queremos que llegue a la vida diaria de los aprendices– es un fenómeno fundamentalmente cultural.
Seguro que como docente tienes una sensación parecida a la mía cada vez que abres Twitter o Facebook. Recibes decenas de estímulos que te invitan al cambio. Hacen que te sientas parte de una comunidad de enamorados de la educación que no se conforma con modelos añejos. La novedad es que ahora no te sientes solo. Formas parte de una cómplice red de docentes, aprendices, familias y educadores de todo tipo que sabéis lo imparable de la transformación.
Formar parte de esta comunidad exige complicidad: experiencias comunes, un lenguaje compartido, emociones e ilusiones personales, y saberse parte de un grupo al que te gusta pertenecer.
Estos últimos días mis alumnos están construyendo atrapasueños. Hace poco les invité a que en un pequeño papel escribieran su sueño personal. Que expresaran en una frase aquella razón por la que dirigir su esfuerzo y su intención. Luego les pedí que construyeran un atrapasueños y lo colgaran del techo del aula sobre sus cabezas donde alojar este pequeño papel. Que lo mantuvieran allí todo el curso y que pensaran cada día de clase en cómo estaba sirviendo lo que aprendían para cumplir su sueño.
También les pedí que interrogasen a los docentes sobre ello: ¿Para qué sirve lo que estoy haciendo en este momento para cumplir mi sueño? Posiblemente cualquiera que entre en el aula no entienda por qué el techo está plagado de atrapasueños. También es muy posible que si pregunta a alguno de mis alumnos no entienda la razón de hacerlo. Lo que es seguro es que mis alumnos sí lo entienden y, lo que es más importante, les hace tener presente para qué quieren aprender, para qué les va a servir como futuros docentes y si lo están haciendo en cada minuto del día. Se sienten parte de un grupo que comparte una cómplice decisión: Formar parte de una comunidad comprometida con el cambio.