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Juan Carrión
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El maestro de Inglés

Juan Carrión

Cuadernos de Pedagogía, Nº 442, Sección Entrevista, Febrero 2014, Editorial Wolters Kluwer España

  • Lola Lara Crespo-López
  • Es difícil moverse por Cartagena en compañía de Juan Carrión sin toparse en cada esquina con algún alumno, alumna o exalumnos. Le saludan cada pocos pasos y él responde con exquisitez a pesar de que no siempre sabe quién le interpela, a causa de un problema de visión. Es de esos profesores que han imprimido carácter en una ciudad, de los que dejan huella en varias generaciones. Y no solo porque por sus clases hayan pasado ya los hijos de sus primeros alumnos y los hijos de estos hijos, sino por su manera de enseñar inglés y por el fuerte vínculo afectivo que establece con el alumnado. Ahora, gracias a una película de David Trueba, ha trascendido la peripecia que Carrión protagonizó en los años sesenta cuando se fue en busca de John Lennon.
Portada

Lola Lara, periodista.

Fotografía de Pablo Sánchez del Valle

Yesterday

Llevaba el profesor varios años utilizando las canciones de los Beatles en sus clases, pero se encontraba con un inconveniente que no era pequeño: no tenía por escrito las letras de las canciones. Así que tuvo que conformarse con irlas escribiendo él poco a poco, fiándose de su oído. Primero se pegaba a Radio Luxemburgo para transcribir al vuelo las canciones que pinchaba la emisora. Luego, cuando hubo discos de los de Liverpool en España, los ponía una y otra vez, pero el sistema no era perfecto. Tenía lagunas tanto de palabras que no llegaba a entender y dejaba el espacio en blanco, como de otras que confundía y transcribía mal. Y en esto se entera de que John Lennon va a rodar en Almería a las órdenes de Richard Lester. Y ni corto ni perezoso decidió emprender camino desde Cartagena hasta Almería en autocar, para despejar las dudas con el mismísimo cantante. En un diario de viaje que Carrión empezó (y que escribió en inglés), queda registrado que llegó a Almería a las 20.00 del 24 de septiembre de 1966, después de más de cuatro horas de viaje para recorrer unos 200 kilómetros. Llegó a una ciudad de provincias del sur menos desarrollado, la España pobre de los sesenta. "Me doy cuenta –se lee en ese diario– de lo difícil que va a ser mi tarea".

¿Le costó encontrarle?

Pregunté en la Fonda Comercio, donde me hospedaba, por la película, y me indicaron un restaurante en el que solía comer el equipo. Pero cuando fui no se trataba de la película de Lennon, sino de una serie de televisión. Mi suerte fue que la protagonista de esa serie estaba viviendo al lado de donde vivía John y me dijo que le escribiera una nota, que ella se la entregaría. Así que empecé a escribir en una servilleta y luego, en otra.

¿Le explicaba para qué le buscaba?

Sí, y se interesó. Yo creo que la película que estaba rodando [Cómo gané la guerra, Richard Lester, 1967] no le interesaba mucho. Tenía el papel de soldado y seguramente aceptó hacerla porque era amigo de Lester. Creo que se aburría. Lo cierto es que se interesó por mis escritos y pidió que se los pasara a través de un español que decía ser barón y trabajaba con él como secretario, o algo así.

¿Qué escritos?

Los cuadernos y los papeles: una hoja por cada una de las canciones del disco Revólver, para que él las completara. Alguno de esos cuadernos está escrito en colores, así que, cuando los vio, pidió unos rotuladores de colores para rellenar los espacios en blanco. Yo mismo acompañé al conductor de su coche, Anthony, a comprarlos.

O sea que usted ya se había hecho un hueco en el equipo...

Se reunían cada día en un café junto a la playa y yo también iba. Ten en cuenta que en esos años nadie hablaba inglés en Almería, así que yo iba con ellos cuando tenían que comprar cosas y les ayudaba a entenderse.

Entonces, ¿cuándo vio a Lennon?

Días más tarde. Él se había comprometido a completar mis escritos, ya había puesto alguna cosa que faltaba y tachado otras que no estaban bien. Pero supongo que se fue dando cuenta de que era una tarea ímproba ¡Es que le dejé un montón de trabajo! Yo le había dicho a su conductor que como muy tarde debía irme el sábado, porque tenía que dar clase. Entonces, cuando se aproximaba el día, me citó en una casa de la playa porque vio que no le daba tiempo.

Y llegó el día...

Lennon me manda decir que me espera a las cuatro de la tarde. Voy a esa hora y Cynthia [primera esposa del músico] me dice que está en la casa de al lado y me indica que pase por una puerta verde, pero yo no la encuentro y vuelvo. Ella se impacienta conmigo, hasta que me lo explica mejor y ya doy con él. Está con Michael Crawford [otro actor de Cómo gané la guerra] y tiene un balón en la mano porque se van a jugar a la playa. Cuando entro, está en el rellano de la escalera y desde allí me dice: "¡Eh, que llegas tarde!". Debía de estar impaciente por irse a jugar a la pelota y yo me había retrasado un poco por el lío de la puerta. Pero me lo dice bien, en tono gracioso.

¿Y es entonces cuando le pide que incluyan las letras de las canciones en los discos?

Entonces le digo todo lo que quiero. Lo primero darle las gracias porque los estábamos utilizando [a los Beatles] en las clases y no les pagábamos nada [se ríe]. Le digo que deberían estar en la nómina de la Academia y eso le hace mucha gracia. Luego le pregunto si nos puede dar las letras y dice que sí. Me asegura que cuando llegue me mandará todas las partituras [que incluyen las letras] y que a partir de entonces incorporarían las canciones escritas en los discos.

Un gesto pequeño que movió a una industria grande como la discográfica.

Yo no me di cuenta entonces, pero su siguiente disco, Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, incluía las letras en la funda. Y desde ese momento todos los grupos las incorporaron. He leído que mi visita tuvo una importancia decisiva en la música moderna y eso me parece una exageración, porque aunque fuera verdad que los Beatles lo hicieron por mí, que a nadie se le hubiera ocurrido, aun así me parece una frase demasiado rimbombante porque cómo voy a tener yo una importancia decisiva en la música moderna, con el oído que tengo…

Lennon (y los alumnos), en el corazón

Así es este profesor madrileño de nacimiento y cartagenero de adopción, de maneras sencillas y de una sorprendente naturalidad, cuando habla de la cantidad de envíos postales que intercambió con una de las grandes estrellas del rock, un icono del siglo XX. Posee numerosas notas del músico y de gente de su entorno cercano. Porque Lennon "cumplió su palabra", tal y como resalta Juan Carrión cada vez que habla de él, y le mandó las partituras de los primeros discos y las grabaciones de los que editó después de su paso por Almería. "Eso demuestra la clase de persona que era, un hombre cabal. (...) Con el tiempo, las cosas del dinero y los bienes materiales acaban cambiando a la gente, pero él no fue así". Aún guarda el sobre y la nota que acompañaba al disco Magical Mystery Tour que le regaló Lennon. Juan le había enviado el dinero para pagar el disco y John se lo devolvió dentro del mismo sobre.

La relación fue continua durante un lustro. Y cuando el músico se instaló en Nueva York, Juan perdió el contacto con él, pero siguió en el empeño de que fuera a visitar su academia, otra promesa que el cantante había adquirido con el profesor. Su muerte fue un mazazo para él. "El que mató a John Lennon cometió también una traición conmigo, porque sé que habría venido, lo había dicho y sé que lo habría cumplido, igual que cumplió todo lo que dijo a rajatabla. Tengo la impresión certera de que era un hombre de palabra. ¡Qué tontería, qué cosa más absurda esa muerte! Este mundo, qué complicado es…"

Juan Carrión no hizo familia propia ("Me enamoré de una chica que estaba enamorada de otro"), así que alumnos y exalumnos componen el grueso de su vida social. Come con unos, cena con otros, le llaman por teléfono continuamente, se topa con ellos a diario por la calle, en el ascensor de la academia, en el portal…

Absolutamente todos destacan su muy singular forma de ser y la calidad de sus clases. No es raro que Begoña, exalumna, cuente que también sus dos hijos pasaron por sus clases y que su hija sea hoy en día profesora de inglés.

Tampoco que Pedro hable de la enorme gratitud que le asaltó cuando hace no mucho en un viaje le tomaron por un inglés nativo. Que un grupo de cuatro alumnos quede periódicamente con él para compartir mesa y mantel o que vengan a buscarle una pareja de exalumnos para salir un domingo. Todos le quieren y todos le respetan, así que no es difícil imaginar a Lennon seducido por una personalidad tan especial. "Compensa mucho ser profesor, porque luego te encuentras mucha gente que te quiere". Autodidacta y viajero El itinerario formativo de Carrión no es precisamente lineal. Más bien está plagado de curvas tan sinuosas como los trayectos de sus viajes. Formación y viajes, una combinación que inició muy joven, cuando aún no se había extendido la idea de salir al extranjero con el afán de adquirir conocimientos corriendo mundo. Su aprendizaje infantil fue determinante. Con 10 años entró en los Escolapios de la zona de Embajadores (Madrid), y allí empezó con el inglés, de la mano del padre Aurelio (un profesor que cita en muchos momentos de la entrevista). Dice que si le hubiera dado Química, él se habría hecho químico. La guerra truncó sus estudios y durante esos años tomó contacto con la actividad docente de manera muy singular. “En el piso de arriba vivía una profesora portuguesa, con la que mi madre habló para que me diera clases. Le dijo que podía enseñarme todos los idiomas menos chino y ruso; pero en realidad sabía menos que yo, que ya había tomado clases intensivas con el padre Aurelio. Como ella tenía muchos alumnos, yo le ayudaba a dar clases, porque me pareció mejor que fingir que ella me enseñaba inglés”. Al acabar la guerra, su familia empieza de cero y Juan comienza a estudiar y a aprobar oposiciones. Perito agrícola en Madrid, perito mercantil en Las Palmas, profesor mercantil en Jerez de la Frontera, intendente mercantil (las actuales Económicas), milicias universitarias, interventor de Hacienda en Talavera de la Reina… Y, entre medio, el inglés, que seguía estudiando con profesores particulares y con las clases radiofónicas de la BBC: “Me gustaba mucho cómo estaban enfocadas y puede que me hayan influido en mi forma de enseñar”. En los años cincuenta empezó a viajar como turista a Londres y le gustó tanto, que quiso quedarse a trabajar allí. Pero tuvo que esperar año y medio a que le dieran papeles. En ese intervalo se quedó en París, donde se ganaba la vida en un lavadero de coches. Con los papeles en regla, entró a trabajar en una residencia de ancianos en Oxford. Un día le pidieron que diera una charla sobre la Costa Brava y él, que no la conocía, se dirigió al Colegio Español para que le facilitaran algún material. La visita fue tan fructífera que salió con un puñado de diapositivas y con la oferta de impartir clases allí. Fueron aquellas jornadas intensivas: cuidaba ancianos desde las ocho de la tarde hasta las ocho de la mañana del día siguiente, daba clases en el Colegio Español los fines de semana y asistía de oyente en Económicas de la Universidad de Oxford. De vuelta a España recala, en los sesenta, en Cartagena como instructor de la base naval, donde trabajó seis años. En esa misma ciudad abre su academia, entra en los Maristas y, en los setenta, en la Universidad, primero como profesor de Literatura y luego, de Inglés, en donde impartió clases hasta los años ochenta. Lleva en Cartagena más de 50 años, pero no precisamente quieto. Aparte de sus numerosísimos viajes de estudios con alumnos de todos los niveles, aparte de sus excursiones a Londres para asistir a musicales, con más de 70 años cumplió un viejo sueño: hacer el Camino de Santiago en bicicleta. “Cogí mi bici, que no tenía ni cambio, le puse una serie de cosas y me fui con ella en tren hasta Pamplona. Fui muy audaz… En realidad, era una locura, tanto que no me atreví ni a decirlo a nadie, porque ya era muy mayor”. Relata aquella peripecia con tal lujo de detalles que hace creíble una hazaña a todas luces increíble. Sobre todo, porque la repitió diez veces más. Cuando llegaba el mes de julio, con las clases acabadas, emprendía una vez más el Camino de Santiago. Sus exalumnos de la Universidad cuentan el desasosiego que les producían esos viajes. “He montado en bici hasta hace muy poco y ¿sabes por qué ya no monto más?” –Por la vista, imagino. “No, hombre, por la vista podría, no es lo mismo que el coche. Es porque no quiero caerme y crearle más problemas a los médicos, que ya tengo bastantes médicos que me atienden”.

Canciones para una clase

España, años sesenta, el interés por aprender idiomas no se había extendido. ¿Cómo se le ocurre lo de enseñar con canciones?

No sé exactamente cómo. Pero hay algo que continuamente necesita el profesor y es poner ejemplos de las reglas que está dando. Es muy árido decir solo las reglas. Y los ejemplos en prosa están muy bien, pero en canciones, mejor, porque siempre que las oyes, es como si estudiaras.

¿Siempre utilizó las de los Beatles?

La primera fue una canción tradicional americana muy bonita [nos la canta]. Me la enseñó un amigo militar estadounidense [Carrión se instaló en Cartagena para trabajar en la base naval]. Luego vinieron los Beatles; por ejemplo, Yesterday, una canción muy romántica y muy bonita. Siempre que una cosa me ha entusiasmado, he querido enseñarla a mis alumnos.

Su academia ha estado siempre muy solicitada, ¿cómo se extendió la fama?

Ya tenía la academia abierta cuando empecé a dar clase en los Maristas. Por aquel entonces [años sesenta], ese colegio tenía un director muy progresista y fui a enseñarle unos materiales que había hecho para dar clase a los niños: gráficos, dibujos para enseñarles vocabulario… Le gustó mucho y me ofreció dar unas clases en el centro, pero yo le dije que tenía que ser a diario.

¿Por qué?

Soy partidario de que la tarea para casa sea poca, pero para aprender un idioma la clase tiene que ser diaria. El director aceptó que fuera diaria pero optativa. Todos los días, Serafín [antiguo alumno de Juan y actual profesor en la academia] y yo dábamos clases de cuatro a cinco de la tarde. Se apuntaron unos catorce niños, pero con muy buen resultado.

Me han hablado del final de ese curso como algo memorable.

Pasaron dos cosas, primero puse unas notas personalizadas a cada alumno que gustaron mucho y, luego, preparamos unas canciones de los Beatles para la actuación de fin de curso, Help, All my loving, Michelle... Debió de ser el primer concierto con música de los Beatles en España. En aquellos tiempos, la ignorancia era terrible, porque les llamaban melenudos… Y nada que ver con la realidad: llevaban un pelo muy cuidado, un poco más largo pero nada más. Todos los padres se sintieron muy orgullosos y el director no paraba de repetir: "¡Qué éxito, qué éxito!".

Y la academia se llenó de gente...

Siempre ha sido exclusiva de inglés. La tenía en el cuarto piso [luego se mudó al primero], y la escalera eran tan estrecha que se atascaba de gente que subía y se cruzaba con los que ya habían terminado la clase. [Se ríe con ganas cuando recuerda los atascos].

¿Sirve cualquier canción?

Sí, de todas se saca punta. Cada estrofa tiene un verbo, y esa es la base de cualquier idioma. Hay veces que no tengo ganas de cantar con los alumnos porque estoy enfadado con ellos y, entonces, eso va en perjuicio de la clase.

¿Qué más recursos emplea?

Otra cosa importante son las noticias. Utilizo mucho la BBC, ya que otorga un vocabulario especial. También los periódicos ingleses, sobre todo cuando dan noticias sobre España. Todo eso es aprovechable. Pero hay que partir de un texto corto, porque si le tienes que dedicar tres o cuatro días no funciona.

¿Y el cine?

Lo he utilizado muchísimo. A los alumnos les encanta. De cada película extraíamos unas treinta palabras, no más para no cansarlos. En la academia acondicioné una sala con sillas y una televisión, con una lupa delante para que se viera grande la pantalla.

Esa sala de cine fue un referente en la ciudad.

Sí, sí. Allí estrenamos My Fair Lady [película de George Cukor, de 1964]. El cine siempre estaba funcionando. Se podía venir aunque no se tuviera clase. Otros centros tienen salas muy preparadas pero que nunca utilizan. En el nuestro, ¡hasta se ha formado alguna pareja sentimental! [Me habla de Pedro, abogado, y de Begoña, veterinaria: "Su coche huele a vaca"]. La importancia del paisaje En la antítesis de las academias que proliferan en cada esquina de cada ciudad, dotadas con equipamiento multimedia y sala informatizada, el centro de Juan Carrión evidencia las muchas décadas que lleva abierto. Tal y como está, sin mover nada de lo que guardan sus cuatro paredes, podría servir para interiores de una película de los sesenta. Escuela de mesa camilla y sillas de anea, largo pasillo de baldosas blanquinegras, luz mortecina y pósteres, carátulas, fotos de los Beatles por doquier; la música aún se reproduce en viejos casetes. Hasta los profesores son personas muy mayores. Pero se entra a una clase cualquiera y se respira jovialidad. Los de 4 años están con Serafín, ensayando un villancico, y los más mayores con Juan, trabajando con una canción del musical Los Miserables. A todos se les ve a gusto. Juan es un profesor extremadamente meticuloso en precisar el lenguaje. Analiza las frases de la canción que aprenden en lo gramatical, pero también disecciona su significado. En alguna estrofa habla un personaje enamorado y el profesor ahonda en la forma de expresar ese sentimiento. Se esfuerza en que los chicos entiendan lo que siente el personaje, les interroga sobre si ellos ya han sentido algo parecido, les asegura que aun cuando causa dolor “merece la pena sentirlo”. Una estrofa más allá aparece un verbo nuevo que aún no han estudiado y toca sacar el cuaderno número uno para apuntar las seis acepciones que tiene. Con cada una de las seis, les invita a construir frases y a pronunciarlas correctamente. Las repiten cuantas veces haga falta hasta que suenan perfectas. La clase funciona. Le gusta tanto una correcta pronunciación que me cuenta que hace años un alumno, Pedro, “le hizo llorar de emoción” por lo bien que leyó un texto. Cuando termina, el profesor entra a la clase de los pequeños y es recibido con un unísono “Good evening, Juan”. Lleva una bolsa con muchos paquetes. Los niños reconocen la escena porque se oyen algunas exclamaciones; saben que les trae algún regalito. A cada uno le va repartiendo su paquete, después de que cada cual diga en inglés el nombre del animal que Juan les dice en español. Están contentos, se van a casa con un flamante cuaderno de dibujos para colorear y un paquete de rotuladores.

Maneras de vivir, maneras de enseñar

A punto de cumplir los 90 años, Juan sigue dando clases en su academia. Se ha jubilado de la docencia en la Universidad (véase despiece "Autodidacta y viajero") de los Maristas; atrás han quedado los años de instructor en la base naval, las clases particulares… Pero, mal de la vista y regular del oído, imparte clase a diario en su centro.

¿Por qué sigue?

En la academia somos dos profesores [se refiere a Serafín, su alumno de 50 años atrás que se hizo profesor a su lado y que da clases a los más pequeños], y no quiero dejar al otro en la estacada. Además, qué voy a hacer yo, si soy soltero y lo que sé hacer es enseñar inglés.

No lo dice, pero a simple vista se aprecia que sigue disfrutando en sus clases. Juan Carrión es pura vocación y puro oficio. Habla de la docencia con la seguridad del que lleva mucho camino y aún le gusta recorrerlo. "Una cosa importante es que el profesor esté feliz, que le guste y que esté estimulado, que tenga un sueldo razonable. Y, muy importante, que le gusten las personas. Lo de regañar no tiene importancia porque un padre regaña a un hijo porque lo quiere mucho".

Un grupo de exalumnos de la Universidad me cuentan que es un profesor duro ["Y eso que le pillamos mayor"]. Pero comen con él –y comparten risas– periódicamente desde hace más de veinte años. Hablan de borradores de pizarra que volaban, de latiguillos como "no me vengas con cuentos ni con camelos" cuando el trabajo no se entregaba a punto, de enfados y de palabras mal sonantes. Como hablan de inolvidables viajes de estudios con él y se atropellan unos a otros en el recuerdo del divertidísimo anecdotario que comparten.

¿Qué diferencia hay entre los alumnos de hoy y los de antaño?

Antes eran más respetuosos.

Pero yo he visto enorme respeto en sus clases.

Sí, sí, a mí me respetan porque yo les respeto a ellos. Pero cuando hay más de quince alumnos en clase, es peligroso porque, a la vez que atienden, están intentando distraerse. Aunque conmigo es imposible… Es un forcejeo, pero yo gano porque en mis clases les hago estar muy pendientes. Continuamente estoy preguntándole a todo el mundo y se mantienen muy activos. [Un exalumno suyo, hoy abogado, describe que Juan mantiene sus clases "en tensión y eso hace innecesario estudiar en casa"].

Entonces, ¿no son tan distintos?

Ahora los alumnos pasan de curso sin aprobar, eso al menos me dicen los padres. Y no me parece bien.

Pero usted afirma que nunca le ha gustado suspender.

Es que es un error. Yo llegaba a examinar hasta cinco veces a un alumno para que aprobara, pero tenía que emplear mucha energía en convencer a la secretaría del centro para que me esperase a que pasara las notas finales. En algunos casos, en mis anotaciones yo escribía "aprobado PM", que quiere decir, aprobado por misericordia.

¿Qué opina de los exámenes?

En España se tiene el vicio de hacer la vida muy difícil al alumno; exámenes horrorosos que casi tienen que adivinar, y eso no me gusta. A mí me gustan los exámenes que se aprueban si has venido a clase y conoces razonablemente la asignatura. Con eso es suficiente, y si lo haces bien del todo, pues tienes mejor nota. Lo que no hay derecho es que de 80 alumnos aprueben 5, pues entonces la culpa es del profesor, que es un idiota. Y no debería quitarle el puesto a otro que lo haga bien.

¿Son las notas una demostración del poder del profesor?

Es muy importante que el profesor se dé cuenta de que tiene el futuro de unas personas en sus manos y de que él puede allanarles el camino o ponerles obstáculos. Hay que ser muy consciente de la responsabilidad grande que te han confiado. Si son razonablemente buenos, hay que dejarles que sigan adelante. He tenido alumnos muy mediocres que luego han sido profesionales brillantes, y al revés.

Tampoco le han gustado los libros de texto, ¿no?

El libro es más peligroso para el profesor que para los alumnos, porque es muy importante que el profesor no se aburra. Y no quiero ni imaginar dar una clase tras otra con el mismo libro, que acaba siendo soporífero.

He visto en sus clases que los alumnos sacan y guardan muchos cuadernos.

Son cinco y todos necesarios. El primero es el de clase, que es por así decirlo el libro de texto, que se van haciendo ellos y lo numeran por lecciones. Al final de curso podemos tener mil frases en él. Al cuaderno dos lo llamamos el libro de aprender y va en español y en inglés: ellos escriben todo lo que quieren y cuando es algo muy importante lo señalan con un "¡ojo!". Cada día trazan una raya para fraccionar las lecciones y que no resulte abrumador verlo todo seguido. Es algo psicológico, porque si tienes poco tiempo para repasar algo y lo ves todo seguido te parece que no lo puedes abarcar. El tercer cuaderno es el de la tarea de casa, y deben copiar de un libro que ellos eligen una hoja por las dos caras, de ahí sacan dos palabras que no hayan entendido. Ese cuaderno tiene mucho éxito y es muy importante porque cuando llega el día del examen tienen muchísima soltura escribiendo en inglés. El cuarto son las frases numeradas. Las extraemos de las canciones, pero como sería muy lento encontrarlas en medio, pues ahí las tenemos todas reunidas; es muy útil porque las vamos a repetir muchísimo a lo largo del curso, hasta que aprendan a pronunciarlas bien. El último es el cuaderno de trucos [varios exalumnos me han hablado de ese cuaderno]. En cada lección aparecen cosas anómalas, que llamamos trucos y que deben estudiar con atención. Todas las anomalías las tienen numeradas y las repasamos con frecuencia. Eso les ayuda mucho. Por último, cada uno elige un libro de lectura (que debe ser fácil), del que diariamente deben extraer las dos palabras que no conocen y que abordamos en clase.

En algún sitio se ha publicado que es un "genio de la enseñanza".

He tenido mucho amor por la enseñanza… Yo creo que he sido un profesor bueno, con sinceridad te lo digo, y he sido honesto porque no he escatimado esfuerzos y no me gusta engañar. Pero de ahí a ser un genio...

Su método ha tenido resultados extraordinarios en los exámenes de las escuelas oficiales.

Era toda una aventura. Cuando solo había escuelas oficiales en Madrid y Barcelona, cada año viajaba a la capital con unos 80 alumnos. Tenía estudiadísima la operación: viajábamos de noche en tren, llegábamos a Madrid por la mañana, dejábamos los bártulos en un local que tenía mi hermana y nos íbamos a una cafetería a desayunar y a estudiar. De allí, a los jardines del Templo de Debod, donde hacíamos repaso, después a comer y a las 4 era el examen. El primer y segundo examen lo aprobaba casi todo el mundo [venía gente de todo el país], pero el tercero era muy duro. Fue ese en el que, en una ocasión, solo aprobaron 8 personas, y 7 eran alumnos míos.

¿Qué opina de los centros bilingües?

No conozco cómo se imparte inglés en esos centros. Pero me asusta un poco porque no sé si hay libros de matemáticas en inglés y tampoco si el profesorado está preparado. Muchos se dicen bilingües, pero me pregunto de dónde ha salido tanta gente que pueda impartir matemáticas en inglés. Es solo un primer paso, puede que ahora muy deficiente. Es curioso que habiendo sido un país que ha descubierto medio mundo… Lo mal que se han dado los idiomas.

¿Qué causa ese retraso en los idiomas en España?

No lo sé. Pero sí conozco el modo de solucionarlo. Los niños pequeños pasan al menos cinco horas en las escuelas infantiles y a ellos les da igual en qué idioma les hables porque lo entienden todo. Pues bien, si los alumnos Erasmus de habla inglesa estuvieran unas horas en esos centros y los Erasmus españoles en los de los países a los que viajan, sería un modo sencillo y poco costoso de familiarizarles con otra lengua.

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THOMAS ZAIDAJ|26/05/2016 21:44:08
Estoy preparando una conferencia sobre los Beatles: "Nido de escarabajos en Penny Lane" y me ha entusiasmado tanto este "viejo" profesor que va a ser algo más que una referencia en la misma, hasta el punto que estoy pensando en dar alguna conferencia con él como motivo principal de la misma. GraciasNotificar comentario inapropiado
Pedro Copete Cánovas|27/02/2014 12:23:15
Enhorabuena. Extraordinario reflejo de un profesor -y hombre- extraordinario, cuya impresionante personalidad y apasionamiento por la enseñanza de idiomas -cuidado que es contagioso- sigue intacta. Gracias. Y gracias a Profesor Pepper (¿"Profesor Pimiento", autor del magnífico libro "Juan y John"?) por su interés permanente en que se reconozca a Juan Carrión sus méritos didácticos (los méritos personales ya se los encuentra de sopetón cualquiera que lo llega a conocer personalmente).Notificar comentario inapropiado
Profesor Pepper|14/02/2014 13:08:57
Felicidades, Este artículo es lo más serio que se ha publicado hasta ahora sobre Juan, su trabajo pionero y ejemplo docente. No siempre Juan ha ido a corriente de las tendencias pedagógicas dominantes en los últimos años. Eso hay que decirlo también. GraciasNotificar comentario inapropiado
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