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Vamos a dejarnos de cuentos
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La escuela ante la violencia de género

Vamos a dejarnos de cuentos

Toni Solano

Catedrático de Lengua y Literatura

Director de instituto público

Cuadernos de Pedagogía, Nº 547, Sección Tema del Mes, Noviembre 2023

El uso de los móviles en los centros educativos supone un reto que debemos abordar de manera educativa, regulando su uso como herramientas indispensables en el aula, y no desde la prohibición o la sanción, e implicando a toda la comunidad educativa.

The use of cell phones in schools is a challenge that we must address in an educational way, regulating their use as indispensable tools in the classroom, and not from the prohibition or sanction, and involving the entire educational community.

Móviles. Tecnología. Educación. Aula.
Mobiles. Technology. Education. Classroom.

Caperucita se encuentra con el lobo en el bosque. Envía un whatsapp al grupo de «family». En cinco minutos, la guardia rural detiene al lobo. Fin del cuento.

Pulgarcito se pierde con sus hermanos después de que los pájaros se coman las miguitas sembradas en el camino. Abre Google maps y busca su casa. Aprieta el botón de «cómo llegar». Fin del cuento.

Blancanieves abre la puerta de la casa de los enanitos y la anciana le ofrece una manzana. La muchacha coge su móvil, le hace una foto y Lens le avisa de que se trata de la reina malvada. Blancanieves cierra de un portazo y sigue viviendo feliz con sus siete amigos. Fin del cuento.

Los cuentos han cambiado y también la vida real

Vamos a dejarnos de cuentos. Los móviles han venido a quedarse y son un gran invento. Están alcanzando todos los ámbitos y contextos de la vida personal y profesional y proporcionan servicios que jamás hubiéramos imaginado. Al margen de las posibilidades generales de acceso a la información y de las múltiples herramientas para la comunicación, permiten que personas con dificultades accedan al conocimiento y a la interrelación o que obtengan prestaciones que estaban limitadas para ellos; pensemos, por ejemplo, en la accesibilidad para quienes tienen barreras visuales y auditivas, los traductores de idiomas, los mapas, la mensajería de voz, etc., sin entrar en lo que viene de la mano de la Inteligencia Artificial. No vamos a negar lo que todo el mundo sabe, que el abuso también puede generar problemas como las adicciones o el acoso, pero cualquier avance tecnológico tiene sus riesgos: el coche y los accidentes de tráfico, los combustibles y la contaminación, Internet y sus trampas… Esto es así para todos, para adultos y jóvenes. No creo que se pueda establecer un límite entre lo que corresponde a unos y lo que afecta a otros. A diferencia de sustancias como el alcohol o las drogas, que claramente están vetadas a los menores, no se puede afirmar taxativamente que los móviles sean perniciosos para niños y adolescentes. En todo caso, como hemos dicho, el mal uso puede ser perjudicial, como demuestran varios estudios. Pero eso ya ocurría con la televisión o con los videojuegos. Quizá la ubicuidad y la generalización del uso del móvil entre menores nos ha llevado a esta situación en la que percibimos, con bastante lógica, que hay mayor riesgo ahora que antes. ¿La solución es prohibirlos? ¿Solo en el aula? ¿Es realmente un problema que los estudiantes usen el móvil? Ahí está la cuestión que vamos a abordar a continuación.

Desde la experiencia, las distracciones siempre han estado ahí

Empecé a dar clase cuando estaban de moda las consolas. En mi tutoría de primero de Bachiller, al fondo de la clase, algunos malotes jugaban con la PSP; en la vida de los jóvenes todavía no habían entrado de lleno los smartphones (qué viejuno tener que llamar así a los móviles para distinguirlos de aquellos otros aparatos que solo servían para llamar por teléfono). En aquellos años había que tener cuidado con ir al aula de informática, para que no estuvieran con el messenger o el tuenti. Para los que nos acercábamos a sus incipientes redes sociales, el fotolog y el metroflog eran el horror, en ética y estética. Hace veinte años, voces acreditadas del oficio ya pronosticaban la llegada del caos a manos de las tecnologías, sin intuir que con los móviles se acercaba la auténtica Edad Oscura. Hemos educado a nuestros hijos e hijas para que aprendan a convivir con los miles de coches de las ciudades; los hemos enseñado a desconfiar de desconocidos; los adiestramos en cientos de convenciones sociales, algunas de ellas completamente absurdas… pero con el uso de los móviles parece que hayamos perdido la batalla. Hablo de las familias, pero también apunto a las instituciones, a los políticos, a la Escuela, a la Sanidad. Y como educador, asumo mi parte doble de responsabilidad, dentro de casa y dentro del aula.

«Los móviles han venido a quedarse y son un gran invento»

Sinceramente, creo que los móviles son necesarios en el aula porque permiten aprender mejor. No en todo momento ni en todo lugar, igual que ocurre con el libro de texto. El móvil proporciona utilidades educativas que no se pueden conseguir por otros medios: buscar información, categorizarla, guardarla, procesarla y reconstruirla adoptando otras tipologías o formatos. Permite interactuar en tiempo real con personas que no están presentes (como ayuda a la docencia virtual, pero también como intercambio de experiencias entre aulas diferentes); favorece la difusión de actividades y proyectos; y la retroalimentación de otros docentes y alumnos. También permite, como decíamos arriba, superar barreras de aprendizaje con la ayuda de aplicaciones y sistemas aumentativos, y debería ayudar a salvar brechas socioeconómicas que lastraban el acceso a la información. Pero, sobre todo, el móvil es una tecnología que existe en la vida real, que forma parte de la sociedad, del hogar y del trabajo, y que tenemos que incluir en la Escuela para que la educación no viva de espaldas a su contexto.

«Sinceramente, creo que los móviles son necesarios en el aula porque permiten aprender mejor»

No todo es prohibir, también hay que enseñar a usar

Pero ¿cómo se regula el uso del móvil en un centro educativo? Desconozco si en la etapa de Primaria están teniendo problemas con este asunto. Quizá ahí es más fácil controlarlo, porque aún existe la conciencia de que son pequeños. Me consta, sin embargo, que hay incidencias relacionadas con el consumo de contenidos delicados (sexo, violencia…) o de adicción a los videojuegos ya en estas edades tempranas.

La Agencia Española de Protección de Datos habla de una edad media de ocho años en el acceso a la pornografía, lo que quiere decir que en Primaria ya hay un uso intensivo y no controlado de los móviles. No es de extrañar cuando el regalo estrella de las comuniones es un móvil. En este sentido, y volveremos a ello más adelante, el mensaje que se lanza desde las familias y desde la sociedad en general es que el móvil es un premio, un logro que se vincula al crecimiento (no tanto a la madurez). Como en los ritos ancestrales de tránsito a la edad adulta, parece que la posesión del móvil marca a los niños y niñas el punto de inflexión entre la infancia y la adolescencia, una adolescencia cada vez más temprana y más inmadura.

Por eso, cuando llegan al instituto, a los doce años, sienten que las pocas restricciones que tenían en el colegio desaparecen. Ahí ven a los estudiantes mayores usando el móvil en pasillos o patios, en el descanso entre clases, y creen que ya son adultos responsables. No importa que las normas del centro señalen en mayúsculas y negrita que está prohibido el uso del móvil, una norma que suele ser la más frecuente en los institutos. Casi de manera general, en los institutos y colegios el móvil está prohibido, excepto para usos educativos. Esa es la trampa, que la ley actual exige, por un lado, el desarrollo de las competencias digitales y de la educación en el uso responsable de las tecnologías, pero, por otro, advierte de los riesgos del ciberacoso, de la toma y difusión de imágenes sin permiso, de la adicción a las pantallas. Con esos requerimientos y con esos límites es fácil deducir que la redacción de los reglamentos internos de los centros sean un rompecabezas para equipos directivos y claustros. Hay centros que optan por la prohibición total, con medidas que pasan por requisar móviles y sancionar con retiradas temporales, algo que genera numerosos problemas de custodia y responsabilidad en caso de pérdidas o robos, además de la violencia con la que algunos jóvenes (incluso apoyados por las familias) se resisten a ello. Otros centros establecen un uso acotado en algunos espacios del centro, como el patio o la biblioteca, pero eso puede derivar en un efecto llamada que convierte esos lugares en una especie de cibercafés en los que no hay interacciones personales ni tiempo de ocio sin pantallas. Finalmente, hay centros que se han rendido y han cedido a la permisividad total, ante la incapacidad de vigilar comunidades educativas en las que comparten espacio alumnado mayor de edad y menores.

Es evidente que hay que regular el uso del móvil en centros educativos en los que hay menores que no saben usarlos adecuadamente, porque hacen fotos de sus compañeros, porque acceden a redes sociales en horas de clase, porque no están pendientes de las tareas o de las explicaciones, porque copian en exámenes… Pero regular implica aceptar que se admite a la vez un uso educativo, ya sea en el aula o en momentos que no son estrictamente lectivos, por ejemplo para estudiar o preparar trabajos.

«El móvil es una tecnología que existe en la vida real, que forma parte de la sociedad, del hogar y del trabajo, y que tenemos que incluir en la Escuela para que la educación no viva de espaldas a su contexto»

A partir de la pandemia y el confinamiento, casi todas las administraciones han habilitado plataformas educativas de uso generalizado para el alumnado, por lo que es frecuente tener en ellas materiales digitales de apoyo o de referencia para las clases. No tiene sentido que esos recursos no puedan usarse si no es con un ordenador del centro (que no existen en gran número de institutos o colegios), por lo que ha de permitirse que accedan o consulten esos materiales desde sus dispositivos móviles. Solo aquellos centros que puedan garantizar dispositivos propios para el uso de todo el alumnado se podrían permitir prohibir los móviles particulares. Es algo que solo he visto en institutos pequeños, porque no es fácil gestionar ni custodiar tabletas o móviles que den servicio a comunidades educativas de 500 o 1000 alumnos. Del mismo modo, hay también cada día más docentes que incorporan el uso del móvil en sus clases para la consulta de esos materiales o para actividades digitales que requieren inevitablemente dispositivos personales. Por todo ello es necesario asumir que las normas del centro deben articularse para permitir el uso educativo y también para controlar el mal uso.

Se requieren dos actuaciones: la educativa y la prescriptiva

En este sentido, las intervenciones requieren dos líneas de actuación. Por un lado, la acción educativa, desde la tutoría y desde los planes de convivencia, informando de las normas, explicando las posibilidades educativas del móvil, pero también los riesgos de su mal uso: ciberacoso, suplantación de personalidad, ludopatía, nomofobia, ciberestafas, grooming... Esa acción educativa no se acaba el primer día, con la charla del tutor, exige un esfuerzo continuo y diario de todo el profesorado, a través de proyectos, tareas, debates, campañas, etc., mostrando una actitud asertiva y didáctica, ya que en la mayoría de los casos, los menores no entienden que la regulación está diseñada para protegerlos, no para castigarlos. Se ha de prestar especial atención a un fenómeno que crece día a día, el de la apología del fascismo o la incitación al odio contra colectivos vulnerables, avivado por youtubers y canales públicos o privados en los que circulan sin filtro bulos y mensajes de odio, dirigidos a un público que no tiene la capacidad crítica de detectar la veracidad de la información o de cuestionar el racismo, la xenofobia, la homofobia o el machismo que se esconden (o no) detrás. También se ha de extender esa formación a las familias, a través de charlas, de tutorías o de cursos específicos. Los centros educativos no deberían perder nunca esa conciencia de su papel formador, también desde el ejemplo de sus docentes, que no pueden ofrecer un modelo contrario a las normas que el propio centro impone.

«Es necesario asumir que las normas del centro deben articularse para permitir el uso educativo y también para controlar el mal uso»

Por otro lado, las actuaciones de control y supervisión deberían garantizar el cumplimiento de la norma con las garantías necesarias para que no resulten arbitrarias o desproporcionadas. Se debe huir tanto del rigor excesivo como de la laxitud en el control del mal uso del móvil. No es igual encontrar a un estudiante consultando sus redes sociales entre clase y clase, que descubrir que está grabando a los compañeros y compartiendo las imágenes en redes; no es lo mismo un alumno o alumna de 1º de ESO que se hace una foto con amigos, que uno de Bachiller copiando en un examen. En todos los casos, como decíamos arriba, no hay que olvidar que somos educadores, no policías, por lo que la amonestación debe ser constructiva y con ánimo de hacer reflexionar y corregir, ya que de lo contrario solo conseguiremos que el infractor tenga más cuidado a la hora de reincidir.

En cuanto a las sanciones, siempre es mejor recurrir a una comisión que estudie cada caso de manera particular. Requisar el móvil por parte del docente es, como decíamos, una práctica de riesgo, porque los móviles son dispositivos cada día más valiosos, más personales y con mayor riesgo de convertirse en un apéndice orgánico de los adolescentes. Quitarle a un alumno un móvil de mil euros, regalado por el padre o madre, a veces con ciertas restricciones, a veces con libertad total de uso, genera una situación que no es comprendida por el menor en esos momentos de ofuscación. Por ello, creo que, salvo en los casos en los que haya evidencias de que se está cometiendo un delito o falta grave (grabaciones o acoso), lo mejor es registrar por escrito las conductas contrarias a la norma y aplicar el reglamento en la medida que exija su incumplimiento. Por supuesto, esas sanciones se deben explicar también a las familias, que a menudo solo reciben la información sesgada por parte de los menores a su cargo. En el buen uso de los móviles, la lucha no puede correr exclusivamente a cargo de los docentes, y por eso hay que partir de la acción tutorial previa con el alumnado y con sus familias y, si es posible, también con el apoyo de instituciones relacionadas con la ciberseguridad o la psicología y salud juvenil.

«En el buen uso de los móviles, la lucha no puede correr exclusivamente a cargo de los docentes»

Educar en el uso y prevenir el abuso

En conclusión, las claves para regular los móviles se han de centrar más en la educación que en la prohibición y la sanción. Los planes de centro en este sentido tendrían que dedicar un esfuerzo notable en la tutoría, en la concienciación y en la prevención ante el mal uso de las tecnologías, así como en la alfabetización digital orientada a filtrar la información falsa y la propagación de mensajes de odio. Así que vamos a dejarnos de cuentos y aceptemos que hay que convivir con los móviles, educar en su uso y conseguir que sean una herramienta positiva para las relaciones humanas y el aprendizaje. Quizá algún día podamos ser felices y comer perdices mientras, para celebrarlo, grabamos un tiktok o cualquier otra locura que venga de aquí a diez años.

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