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Fabricamos gaseosa en clase
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Fabricamos gaseosa en clase

José Manuel Escobero Rodríguez, Amparo Castro Pinos y Catalina Cruz López

Fotografías del CEIP Atalaya

Cuadernos de Pedagogía, Nº 442, Sección Experiencias, Febrero 2014, Wolters Kluwer, ISBN-ISSN: 0210-0630

¿Qué misterioso alimento contiene ácido tartárico además de bicarbonato? Con esta pregunta arrancó una investigación y un experimento que los alumnos de 3º de Primaria del CEIP Atalaya, de Atarfe (Granada), han completado con éxito. Por el camino han aprendido a jugar con operaciones matemáticas, se han familiarizado con pesos y medidas, y han conocido nuevas familias de palabras. Al final les esperaba un refrescante sorbo de gaseosa.

José Manuel Escobero Rodríguez y Amparo Castro Pinos. Maestros de tercero de Primaria del CEIP Atalaya, de Atarfe (Granada).

Catalina Cruz López. Maestra de Compensatoria del CEIP Atalaya, de Atarfe (Granada).

Era octubre, inicio del curso escolar, y tras las consabidas pruebas de evaluación inicial, los alumnos de 8 años de los dos cursos de 3º de Primaria del CEIP Atalaya –centro de Compensatoria–, de Atarfe (Granada), acostumbrados a trabajar juntos, abordaban el tema de los alimentos. Un tema que, en Matemáticas, se complementaba con un cierto repaso a las operaciones del primer ciclo (sumas, restas y multiplicaciones simples) y a las unidades de medida (el litro). La necesidad de trabajar en el ámbito lingüístico con textos discontinuos, sinónimos y familias de palabras nos llevó a plantearnos si podíamos ir más allá y cubrir todo el temario que se proponía de manera integrada. Fue entonces cuando recurrimos a la fórmula de la gaseosa.

Una gaseosa no es más que agua carbonatada dulce con algún añadido de sabor. En un antiquísimo juego de química de la marca CEFA (de los años 60) se ofrecía la posibilidad de fabricarla, mezclando para ello materiales tan inocuos como azúcar, bicarbonato y ácido tartárico, siendo éste último el que nos iba a dar pie para el desarrollo de la actividad.

¿Un alimento con ácido tartárico y bicarbonato?

Propusimos que investigaran en casa y que nos dijeran qué misterioso alimento contiene ácido tartárico junto con bicarbonato. Para ello debían leer las etiquetas de los productos comestibles (lectura de textos discontinuos) que había en casa. Mientras lo hacían, debían recoger por escrito todas las palabras que no entendieran, y buscar su significado para intercambiarlos en clase (familias de palabras, uso de diccionario y/o wikis–internet, expresión oral y escrita, etc.). Las primeras pesquisas no obtuvieron resultados, porque, tal como habíamos previsto, el misterioso alimento se mostró esquivo; a ninguno se le ocurrió pensar que los líquidos eran también un tipo de alimento (el agua y las sales son considerados alimentos de origen mineral en la mayoría de los textos y tienen algo de razón, son nutrientes).

Aprovechamos para sistematizar todos los términos que aportaron, la mayoría de ellos relacionados con la conservación y aspecto de los alimentos envasados (también trajeron variedades de alimentos frescos: manzana golden, tomate cherry, etc.). Con todo ello se estableció un debate muy provechoso en torno a ese montón de productos de dudoso origen, que causó enorme excitación, y que, al menos esa vez, sirvió para decantar sus preferencia por el consumo de alimentos frescos no enlatados o procesados: edulcorante, acidulante, estabilizante, colorante, aromatizante, conservantes, antioxidante, espesante, etcétera. Todo ello tiene que ver con contenido curricular oportuno de Conocimiento del Medio, además de ayudar al desarrollo competencial en expresión oral y escrita, y educación para la salud.

Una vez aclarado que también existen alimentos líquidos cuyas etiquetas podían investigar –"especialmente las que se guardan en frigorífico" fue la pista–, muchos niños y niñas acertaron a encontrar el ácido tartárico y el bicarbonato en bebidas también dispares: refrescos de marca conocida o no, gaseosas, aguas tónicas, etcétera. ¿Qué tenían en común todas estas bebidas? Estaba claro que todas eran sustancias con gases. Hubo quien hizo la interesante aportación de que la cerveza tenía gas, pero no ácido tartárico. Esto nos dio pie para ilustrar el tema con experiencias de reacciones químicas ejemplificadas con sal de fruta, y con bicarbonato y vinagre, introduciendo así los términos "ácido" y "base".

Aclaramos que uno de los líquidos que el cuerpo fabrica para realizar la digestión, los jugos gástricos, son un ácido y además extraordinariamente fuertes. Esas reacciones químicas son las que generan el gas de las burbujas de la gaseosa, en las denominadas reacciones artificiales, mientras que en el caso de la cerveza y otras bebidas espumosas (sidra, champán, etc.) la reacción es natural, fruto de la actividad de microorganismos, también responsables de que la masa del pan se hinche en el horno (levaduras) por el gas que producen.

Por tanto, una vez descubierto que era la gaseosa la bebida que tenía en su composición el ácido tartárico y el bicarbonato, preguntamos cuál era el componente que faltaba en esta fórmula. No les fue muy difícil concluir que era un edulcorante, que a estas alturas entendían como aditivo responsable del sabor dulce de la bebida, y del cual hicieron una prolija enumeración: azúcar, glucosa, sacarina, ciclamato… Descubrieron también la estevia (Stevia sp.), planta de moda que sirvió para amenizar una de las exposiciones de nuestra IV Feria de la Ciencia, concretamente en un curso de 2º que se dedicó a los vegetales.

En definitiva, la composición más simple de una gaseosa consiste en el ácido tartárico, el bicarbonato y un edulcorante. Pero, ¿en qué proporción?

La "fórmula secreta" de la gaseosa más rica

Los 53 alumnos y alumnas de 3º se organizaron en grupos de entre cuatro y seis personas, y les lanzamos el siguiente reto: ¿quiénes serían capaces de idear la "fórmula secreta" de la gaseosa más rica, para dar de beber un vasito de la misma a cada uno de sus compañeros y compañeras?

Es obvio que trabajar con lo de "fórmula secreta" sirvió como elemento motivador muy poderoso, provocando que se lanzaran a practicar con los ingredientes, y a probar las distintas opciones de mezclado. Todo ello debían recogerlo por escrito, con lo que practicaron la anotación de datos relevantes, pero también la elaboración de texto discontinuo. Sólo les dimos la orientación de que el ingrediente que debía tener en más cantidad, era el azúcar (ya que optamos por este edulcorante).

Elegidas por tanto las proporciones deseadas o consideradas como óptimas (por ejemplo, una cucharadita de tartárico para otra de bicarbonato y cuatro de azúcar en un litro de agua), les pedimos que realizaran los cálculos para dar a probar su gaseosa al resto de la clase.

De esta manera, el alumnado volvió a cuantificar el peso usando la báscula de cocina, así como volúmenes con la probeta, vasitos desechables, las botellas de 1,5 litros y las garrafas de 5 litros. El alumnado estaba ya familiarizado con dichas unidades e instrumentos de medida.

Las aproximaciones numéricas las realizaron utilizando las operaciones que por entonces conocían, es decir, restas, sumas y multiplicaciones, pero no la división, aunque aprovechamos, evidentemente, para presentarla, dado que teníamos previsto introducirla en la quincena siguiente.

El resultado fue una colección de "fórmulas secretas" muy similares entre sí, aunque con ligeras variantes, de cantidades en gramos (o en cucharadas) para verter en un volumen determinado de agua y a recoger en garrafas y botellas vacías.

Llegó el momento de contrastar. Como habían comprobado durante las pruebas preliminares, al echar la mezcla en el agua (o al revés), la efervescencia provocaba el derrame de mucho líquido. Así que ambas fases de la gaseosa (la líquida y la sólida) se mezclaban en recipientes mayores que el volumen de líquido necesario (encontramos garrafas de 7 litros), y con dicho recipiente en el interior de un barreño. Para esta fase contamos con la inestimable colaboración de algunas madres, que fueron supervisando cómo los niños y niñas fabricaban su gaseosa sin derramar demasiada. Cabe añadir que la experiencia también nos dijo que utilizáramos agua fría, para mejorar el sabor. Como el centro no dispone de espacios comunes, y mucho menos de salón de usos múltiples, realizamos esta fase final en el comedor, que posteriormente dejamos impoluto para que pudiera recuperar su función natural.

El resultado se repartió, a quien quiso probar, en vasitos de plástico.

Una gaseosa transversal

Cada grupo fabricó su bebida y pudo opinar si le parecía mejor la suya o la de sus compañeros. Lo interesante es que todos pudieron aprender a interpretar el etiquetado de los alimentos, así como a distinguir y valorar las virtudes y defectos de cada una de sus presentaciones, recordando, de paso, los tipos de nutrientes que conforman nuestra dieta. Además, enriquecieron su vocabulario y practicaron la búsqueda de información para su uso en una argumentación en grupo, constructiva y enriquecedora. Anotaron ensayos de prueba y error mediante un bosquejo de lenguaje sincrético.

Practicaron la elaboración de modelos, hipótesis, para luego contrastarlas. Para ello se sirvieron de las matemáticas, cuantificando magnitudes discretas y relacionándolas con los algoritmos conocidos, e incluso realizando hallazgos de nuevas formas de contar y operar, la división. Usaron instrumentos de medida y las correspondientes unidades, integrándolos en un corpus operativo destinado a la obtención de un resultado óptimo. Y además, se bebieron los resultados. Todo ello se consiguió fabricando gaseosa en clase.

Para saber más

Escobero Rodríguez, José Manuel; Castro Pinos, Amparo (2013): "Una aproximación al mundo de los microbios", en Cuadernos de Pedagogía, no 434, pp. 28-30.

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