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Luis García Montero

"La educación pública es indispensable para nuestra sociedad"

Cuadernos de Pedagogía, Nº 435, Junio 2013, Editorial Wolters Kluwer

  • GARCÍA MONTERO, LUIS
  • Manuel Martín González
  • Luis García Montero es, además de uno de los poetas y narradores más leídos y citados de nuestro país, un intelectual que, desde su compromiso ético, toma partido sobre las grandes cuestiones que como sociedad nos preocupan y nos pone en alerta ante los cada vez más directos ataques a nuestra democracia. Recientemente acaba de regresar a la actividad universitaria, tras casi cuatro años de excedencia, con la convicción de que una sociedad solo puede ser justa y libre si apuesta por una educación pública de calidad.
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Manuel Martín González

Fotografía de Pablo Martínez

¿Qué le debe el poeta consagrado de hoy a su paso por la escuela?

Mucho. Yo estudié en el colegio de los padres escolapios en Granada, y de esa etapa guardo grandes pequeños recuerdos, sin los que no sería quien soy. Algunos de ellos sorprendentes, por ejemplo, descubrí la poesía de Bertolt Brecht en unos ejercicios espirituales de la mano del padre Hiniesta. Fue también en ese colegio donde escuché por primera vez los poemas de Blas de Otero o asistí a una representación de teatro independiente. Pero, por encima de todos, tengo un recuerdo al que le debo mucho. Un joven padre escolapio, Antonio Díaz, llegó una mañana con un tocadiscos y un disco dedicado a Antonio Machado de un nuevo cantautor que se llamaba Joan Manuel Serrat. Lo escuchamos en clase y me emocionó tanto que fue el primer disco que me compré con mi dinero.

¡Qué importantes son a veces los pequeños detalles en educación!

Yo valoro mucho esos momentos en los que la experiencia se condensa en un punto de quiebra, en un punto de iluminación. Porque esos instantes me confirman que los docentes, estén mejor o peor las cosas, somos muy responsables al cerrar nuestra aula o al tratar con nuestros alumnos. Más allá de la situación histórica, de los planes de estudios, somos muy responsables de los frutos de nuestro trabajo.

¿Sería hoy poeta sin su paso por ese colegio?

Es cierto que en mi casa había una buena biblioteca y que a mi padre le gustaba mucho la poesía, pero si no me hubiera encontrado con unos ejercicios espirituales en los que alguien leyó unos poemas de Bertolt Brecht de manera imprevisible o sin una clase de Literatura en que alguien puso un disco de Serrat dedicado a Antonio Machado, posiblemente no hubiera optado por serlo. Compromiso social desde la poesía Llegamos a Granada bajo la tensa espera de una copiosa nevada. Luis García Montero (Granada, 1958) nos recibe en su apartamento granadino. Tras su vuelta a la Universidad de Granada en febrero pasado, alterna estancias semanales entre la capital y su ciudad natal. En las paredes cuelgan dibujos de Lorca y Alberti, poemas enmarcados, ilustraciones y todo un universo, que delatan las huellas de sus maestros. Como buen anfitrión nos prepara un café antes de comenzar la entrevista. Se acomoda en el sofá y comienza a hablar. Cuando indagamos sobre sus orígenes como creador, sonríe: “Es curioso, no recuerdo la primera vez que vi el mar pero sí recuerdo la primera vez que mi padre me leyó La canción del pirata, de Espronceda. Eso no significa que le dé más importancia a la literatura frente a la vida, sino que desde el principio parte de mi vida ha sido la literatura.” Poseedor de casi todos los grandes galardones poéticos de prestigio, desde el Premio Nacional de Literatura en 1994 hasta el Nacional de la Crítica en el 2003, disfruta con la poesía que escribe la gente que no se considera un dios sino un ciudadano. Quizás por eso creció leyendo y escribiendo como Federico García Lorca, después conoció a Blas de Otero y, años más tarde, a Jaime Gil de Biedma y a Ángel González. Pero por encima de todos resalta el nombre de Rafael Alberti. Acababa de volver del exilio cuando García Montero finalizaba sus estudios de Filosofía y Letras y decidió centrar su tesis doctoral en su etapa vanguardista. Hasta entonces había sido su modelo de poeta comprometido, su mito, y terminó convirtiéndose en su amigo. Este poeta que pisa la tierra con realismo y que desde la atalaya de los medios de comunicación comenta la actualidad diaria, tiene un sueño recurrente. Una mañana como casi todas se levanta con su radio despertador a las siete y la locutora anuncia que en España se ha proclamado la República. A continuación, la periodista habla de una importante disminución de la pobreza y de la profundización social en los valores democráticos. Esa sería la manera de comenzar el día no solo con buen pie sino con buenas manos, con buen ojo y buen corazón.

¿Qué es la literatura para García Montero?

Para mí es un oficio en el sentido más noble de la palabra. Lo mismo que en un taller el artesano anciano ayuda al joven a aprender, la sabiduría es también un modo de transmisión, y yo soy heredero de un saber que viene de mis mayores.

¿Y qué saber le han legado?

Que yo pertenezco a un relato, que las cosas tienen su planteamiento, su nudo y su desenlace. Que vengo de un pasado, vivo en un nudo que es el presente y soy responsable de ese desenlace. Reivindico la necesidad de sentirse parte de un relato. A mí eso también me lo ha enseñado la literatura.

¿Hay lugar para la poesía en nuestra sociedad?

Estoy convencido de que, mientras exista el ser humano, la poesía va a tener una vigencia que seguro van a perder muchos de los instrumentitos tecnológicos actuales. Yo la poesía la entiendo como una reivindicación de la conciencia individual, y eso hace mucha falta siempre: en época de felicidad y en época de crisis. En momentos en que el desarrollo tecnológico corre el riesgo de convertirse en una forma muy poderosa de control y de imposición de ideas únicas y dogmáticas al servicio de los mercados, reivindicar la conciencia individual es una función que llena de sentido la existencia de la poesía.

La individualidad es una forma de independencia moral que te invita al diálogo con el otro

Pero da la impresión de que los poetas viven alejados de la realidad...

Porque se intenta confundir lo individual con lo egoísta. Los poetas reivindican su propia conciencia individual para hacerse dueños de sus propios sentimientos y compartirlos. La individualidad es una forma de independencia moral que te invita al diálogo con el otro. Y esa perspectiva es muy necesaria en esta época.

¿Por qué ha vuelto a la docencia en la Universidad tras cuatro años de excedencia?

Porque echaba de menos estar en contacto con los jóvenes. Alguna vez he escrito en un poema que tan peligroso como un joven sin memoria es un viejo cascarrabias. Y no quiero ser un viejo cascarrabias. Yo aprendo mucho de mis alumnos, intento ponerme en el lugar de ellos y eso me enriquece bastante. Aprendes sobre todo a sacar de ti lo mejor que tienes, a borrar lo peor y a intentar construirte como persona. En ese sentido, yo necesitaba volver a la Universidad para no quedarme encasillado.

¿Qué balance realiza del tiempo que ha pasado fuera de las aulas?

Han sido casi cuatro años fuera, y en ese tiempo he trabajado mucho. He colaborado con medios de comunicación, he dado conferencias y sobre todo he publicado una barbaridad: dos novelas, una recopilación de artículos de periódicos y un libro de poesía. También ensayos profesionales especializados o un volumen de estudio sobre Ayala con mi grupo de investigación.

¿Por qué cree que le ha cundido tanto el tiempo?

Me he dado cuenta de que ha sido posible porque estaba liberado de energía. He descubierto realmente lo injusto que es esa consideración de que los profesores somos unos vagos y que tenemos mucho tiempo libre y muchas vacaciones. He valorado la energía que dedicamos a nuestro trabajo, y eso en el ámbito universitario, que tiene unos horarios más flexibles... Imagínate un profesor de Primaria o Secundaria. Es una energía muy absorbente, y es esa energía libre la que me ha permitido escribir y publicar mucho.

¿Qué le aportan esos jóvenes que absorben tanta energía?

Cuando estás cerca de los jóvenes descubres que lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor es una solemne tontería. El diálogo con el otro es lo que te abre los ojos para no quedarte inmovilizado. Cuando estás enredado con los jóvenes ya no puedes decir esto no me interesa, esto no pertenece a mi época, porque lo que les interesa a ellos te interpela a ti. Y eso pasa con los hijos, con los alumnos o con los lectores.

¿También eso se lo enseñaron sus maestros?

Con el tiempo me he dado cuenta de que esa lección se la debo a Rafael Alberti. Que una persona de 80 años consagrada tratase con tanta generosidad a un jovencito como yo, que no era nadie, me estaba enseñando, aparte de mucha poesía, de una forma de vivir, de mucha historia, a tratar con respeto a los jóvenes, y de eso me estoy sirviendo ahora.

¿Qué le inquietaba a ese joven poeta?

Cuando era joven me interesaba mucho la inmortalidad, el futuro, qué comentarían de mí cuando me muriera, si saldría en algún manual. Curiosamente, a medida que voy cumpliendo años me interesa más lo que pensarían mis mayores. Acabo un poema y me pregunto: “Rafael Alberti, ¿qué diría? O Ángel González, ¿cómo lo juzgaría?”.

¿Cuál es la mayor diferencia que detecta ahora con la escuela y la época en que estudió usted?

Quizás que la escuela ya no es el único ámbito de socialización que tienen los niños o por lo menos no tan importante como lo era antes. Cada vez tienen más influencia los mensajes que reciben a través de las nuevas tecnologías o de los medios de comunicación. Y esos mensajes son muy consumistas, están al servicio del mercado, que, desde luego, está más interesado en crear consumidores y clientes que en formar personas.

Y ante esa certeza, ¿qué deben hacer los poderes públicos?

Creo que hay que revisarlo todo. Tenemos que reflexionar sobre la forma en que debe intervenir el Estado ante lo que les llega a los niños. No se trata de censurar discursos, pero algo tendrá que decir o hacer ante la manipulación de valores y la llamada a los instintos más bajos que vemos en determinado modelo de televisión, por ejemplo. Lo primero es no tener ningún tipo de timidez ni miedo. Exigir que las cosas tengan una dignidad cívica y no confundir la libertad con que cada uno pueda hacer su negocio a costa de los demás.

Por cierto, la educación tampoco parece escapar del afán mercantilista, ¿no?

Está claro que los intereses económicos van buscando espacios de negocio, y la educación y la sanidad lo son. Existen unas presiones tremendas para que se abran a los intereses privados.

¿Y cómo se consigue eso?

Haciendo que cada vez más gente se sienta incómoda llevando a sus hijos a la escuela pública, porque previamente se ha instalado una cultura que identifica como eficacia social y económica la privatización, y continuamente genera sospechas en torno a lo público. En ese sentido, estoy convencido de que ha habido un calculado programa de expulsión de las clases medias del espacio público para convertirlas en clientes de lo privado.

¿Cree realmente que obedece a una estrategia previamente calculada?

Sí, pero las cosas aunque se programen se llenan de contradicciones, porque todo eso se ha hecho pensando en que las clases medias iban a estar sobradas de dinero, y de pronto nos hemos encontrado con una tesitura económica en que esos mismos poderes están empobreciéndolas. Todo esto va a generar una situación de conflicto social, porque esa parte de la sociedad invitada a abandonar lo público no va a tener dinero para acceder a lo privado, y eso va a perturbar mucho el sistema educativo.

La única escuela democrática es la que permite en un espacio público la igualdad de todos los alumnos

¿Qué tiene de ideológico ese ataque a la gestión pública?

El discurso contra la escuela pública lo es contra la igualdad de oportunidades. La única escuela democrática es la que permite en un espacio público la igualdad de todos los alumnos. En ese sentido, yo defendería hoy las teorías de Lorenzo Luzuriaga en libros como La escuela única (1931). También lo hicieron Ayala y Ortega y Gasset, que impartió una famosa conferencia que tituló “La pedagogía como movimiento político”.

¿Y cómo entender hoy ese concepto de escuela única democrática?

Como una escuela que dé las mismas oportunidades a todos sin distinción de credos religiosos ni capacidad económica. Una escuela independiente me parece que sería la única referencia equilibradora, pero ahí aparece una de las grandes contradicciones del sistema. Si yo ahora propongo que se acabe con las escuelas privadas parecería no alguien que defiende los orígenes de la democracia, sino un antidemócrata. Pero sí que defendería la solidez de la escuela pública, capaz de equilibrar todas las presiones de la escuela privada, que parten de la idea de que los padres desde el principio quieren dar diferencias de oportunidades a sus hijos e hijas.

¿Qué le inquieta de quienes defienden la escuela privada?

Más que los colegios religiosos, me despiertan recelos los colegios de pago para formar élites sociales que ya desde el principio consideran que no tienen nada que ver con los inmigrantes o con gentes de poco poder económico, y reciben una educación definida en la desigualdad y en el desprecio.

Y frente a ello, ¿cómo concibe la escuela pública?

Podemos caer en el grave error de confundir lo público con lo caritativo. Se trata más de defender un derecho digno de la educación de todos los ciudadanos y ciudadanas más que hacer una escuela para la gente pobre que no se la puede pagar. El pacto educativo, desde los orígenes de la democracia, es inseparable del pacto social, porque si no educas a ciudadanos después no funciona el contrato social. Por eso hay que recordar constantemente que dar a la ciudadanía una buena educación no es un problema privado de las familias, sino una necesidad del Estado.

¿En qué deberíamos ponernos de acuerdo?

Primero, en decir que la educación pública es indispensable para nuestra sociedad; segundo, pongámonos de acuerdo en que es necesaria una inversión muy importante en educación y en investigación pública, ocurra lo que ocurra, gobierne quien gobierne. Y después tocará dejar trabajar a los profesionales.

¿Cuál es su opinión sobre el Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE)?

He podido ver por encima el documento y me preocupa que, enmascarado en una retórica que parece muy progresista, en realidad se esté encubriendo una contrarreforma educativa muy fuerte. Me parece muy peligroso que la educación y los saberes se pongan al servicio del mercado. En ese sentido, todo lo que tiene que ver con la conciencia crítica, con las humanidades, sufre una merma importante.

¿Qué le parecen los argumentos que se utilizan para justificar el cambio de modelo educativo?

Hay una fantasmagoría ideológica muy fuerte, que es la de volver a la mano dura, a la idea de que el problema de la educación es que los niños no estudian y que los profesores son muy vagos. No, el problema de la educación es la falta de inversión pública. Si tienes un niño con problemas lo que tienes que hacer es contratar a un profesor que atienda a ese niño, no abandonar a ese niño perdido entre 30 o 50 alumnos con un profesor sin tiempo para atenderlos.

¿Qué papel debe asumir un intelectual en estos momentos?

El intelectual en estos momentos solo puede sentir vergüenza ante la pérdida de democracia y soberanía cívica en nombre de la economía más especulativa y de los mercados financieros. Aunque a alguna gente le produzca sorpresa, yo digo que el tiempo de la crisis ya pasó, y que ahora es el tiempo de defender la democracia. La crisis se ha agravado tanto que el problema ya no es pensar cómo solucionar esto, sino pensar de qué manera vamos a quedar cuando salgamos de ella. Parece que la política no puede solucionarle la vida a los ciudadanos, y además se mueve en un espacio público dominado por la mentira, por la corrupción...

¿Y qué respuesta podemos dar a eso?

La única respuesta al descrédito de la política está en devolver la política a los ciudadanos, al pueblo. Hay que repensar la vida política, y eso significa crear estructuras más abiertas, ser más valientes y dar un paso adelante.

¿Qué va a quedar tras todo lo que está ocurriendo?

Esta crisis está sirviendo como excusa para debilitar la educación, la conciencia democrática, la política como ejercicio de los ciudadanos para ser dueños de su propio destino. En estos momentos, al poder le interesa mucho desprestigiar el mundo de la cultura y la intelectualidad y generar una especie de orgullo de analfabetismo muy fuerte.

En ese sentido, la educación se convierte en un contrapoder...

Lo bueno de la educación pública es que te permite el pensamiento en libertad. La manipulación periodística y el ataque contra la libertad de pensamiento en el espacio público de algunas de las reformas previstas van en contra de la posibilidad del pensamiento libre.

¿Y cuál es el antídoto a tanto descrédito social y político?

No va a haber ningún proyecto político que pueda solucionar los problemas de la sociedad si no se construye desde la capacidad de compasión, la capacidad de compenetración o la capacidad de convivencia con el otro, y si eso no lo tienes, en eso hay que educar a la ciudadanía. Esa es la tarea de la educación. Uno no nace sabiendo convivir, a compadecerse del dolor ajeno, por tanto, hay que educarlo. Y esa es la única manera de dar respuesta a todo lo que está ocurriendo.

¿Qué influencia han tenido los actuales modelos educativos en lo que está ocurriendo socialmente?

Martha Nussbaum publicó el libro Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, donde ha estudiado los planes de estudio que se han impuesto en Estados Unidos y en gran parte de Europa, y todos redundan en la idea de que el éxito educativo reside en preparar a la gente para que acumule riqueza muy pronto en vez de formarlos como personas.

¿Y qué hay que hacer para no repetir ese error en el futuro?

Está claro, formar personas. En ese sentido, comparto la idea de Martha Nussbaum cuando defiende que la literatura y el arte son fundamentales para que la gente tenga, primero, la capacidad de pensar en los otros no como una cosa o un número sino como una persona, y segundo, te da la suficiente educación moral y la suficiente capacidad de imaginación para comprender el dolor del otro, los problemas del otro, y descubrir incluso que hay otras alternativas para arreglar las cosas.

Para ver algunos extractos de esta entrevista, ofrecemos este vídeo.

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