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Josep Maria Alaña, exprofesor acondroplásico: “A las personas que somos diferentes los chavales nos respetan”

  • 15-3-2023 | Cuadernos de Pedagogía |

    Carlos Madrid

  • Una vez un alumno le escribió «Enano cabrón» en la pared, como represalia a un castigo. Ha sido el único ataque que ha sufrido en su carrera como docente
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Josep Maria Alaña (1950) recuerda su primer día de profesor como si fuera hoy. Llegó de los primeros, se sentó en una silla entre el alumnado y esperó a que entraran todos. Mientras tanto, les iba preguntando si conocían al nuevo maestro. En cuanto la clase se completó, saltó de la silla, se presentó y a los cinco minutos ya estaban dando clase con normalidad.

Esta experiencia quizá no tendría tanta trascendencia en la carrera de otros profesores. Pero Josep Maria Alaña es acondroplásico —una displasia ósea ocasionada por un trastorno genético, también conocida como enanismo– y esos hechos ocurrían en 1973, cuando España no era tan diversa ni abierta como ahora.

Es más, era tan poco diversa que cuando sacó el número uno de profesor agregado en las oposiciones del año 76, un juez del tribunal no se la quería dar por su condición física. Cómo iba a dar clase un enano, alegaba. Pero sus compañeros intermediaron y acabó convirtiéndose en el primer maestro acondroplásico con plaza pública.

Estas historias y muchas más las cuenta en su biografía Profe y enano. El orgullo de la diferencia (Editorial Octaedro). Una profesión que eligió por dos razones: una personal y otra ideológica. La primera se debía a que, como estudió biología, le iba a costar mucho desarrollar su labor porque ni los aparatos ni los laboratorios estaban adaptados para él.

«Al ser una persona de talla pequeña, iba a tener dificultad para hacer las cosas bien por cómo están preparados los laboratorios. Pero en la educación no iba a tener este problema, ya que únicamente necesitaba mi voz. Aunque no llegara a algo, un alumno siempre me podría ayudar», cuenta a Cuadernos de Pedagogía.

«Por otro lado, a mí me gustaba enseñar. En ese momento militaba en organizaciones de izquierdas y veía que la enseñanza podía ayudar a construir un país democrático. Siempre he disfrutado mucho esto porque creo que es de las cosas más importantes que hay», añade Alaña.

Una única mala experiencia

Durante toda su carrera, Josep Maria Alaña sufrió un único ataque hacia su persona por medir 1,27 metros. Este profesor, ya jubilado desde 2011, cuenta que fue debido a que castigó a un grupo sin acudir a una fiesta cuando él era el jefe de estudios del centro. «Su respuesta fue pintar "Enano cabrón" en una pared. Una pintada que era más contra mi autoridad que contra mi persona», explica.

Excepto esa vez, no tuvo más problemas con sus alumnos. En el momento en el que se acostumbraban a su físico, en esos primeros minutos de la primera clase con él, el resto del tiempo todo era completamente normal. «Es más, a las personas que somos diferentes, los chavales nos respetan. Tienen más empatía. Y nos ayudan mucho».

Donde sí se encontró con problemas fue a la hora de dar las clases, ya que el centro no estaba nada adaptado para personas con diversidades funcionales. «Las adaptaciones en el lugar de trabajo no existían en esos años. En la mayoría no había ni ascensores. Por suerte yo contaba con la ayuda de mis alumnos. Estoy hablando de los años 70, cuando ni existía la palabra escuela inclusiva. Los lavabos, las pizarras, todo era para personas altas. Nada estaba preparado para nosotros», recuerda Alaña.

Y, aunque se trate de una realidad que está mejorando, el profesor jubilado cree que todavía queda mucho por avanzar. Sobre todo en el terreno de los contenidos. «Creo que la clave es ser conscientes de que cada uno tiene un nivel. Debemos de crear un tipo de educación más individual. Especialmente desde la adolescencia para arriba».

Hacia una sociedad más diversa

Josep Maria Alaña cuenta que ya no es tan raro encontrarse profesores con diversidad funcional. Sobre todo a partir de los años 80, cuando se abrieron plazas específicas para personas con una discapacidad del 33% o más

A día de hoy, Josep Maria Alaña cuenta que ya no es tan raro encontrarse profesores con diversidad funcional. Sobre todo a partir de los años 80, cuando se abrieron plazas específicas para personas con una discapacidad del 33% o más. Aunque cree que las diversidades se tienen que seguir mostrando más para alcanzar una mayor aceptación de la diferencia.

Una diferencia que él rompía gracias a lo que llama el tiempo de acomodación. Unos 15 ó 30 minutos que ofrece a las personas que conoce por primera vez para que le vean y le acepten tal cual es. «Al cabo de ese tiempo, si te siguen viendo mal, es mala educación. Pero si han normalizado tu imagen, ya has ganado», cuenta.

Una estrategia que utiliza y utilizaba tanto en su día a día como en sus clases. Por ello, defiende que «hay que dar un tiempo para atravesar la barrera del diverso. Quizá alguien no ha visto nunca a un enano, por ello ese tiempo es fundamental para que te escuchen y te vean con normalidad. Incluso creo que debemos aceptar un primer rechazo». Un esfuerzo que, según él, principalmente tiene que venir del otro, ya que es quien se tiene que acomodar a esa diferencia.

Aceptarse a uno mismo

Un tiempo de acomodación que también tuvo que vivir consigo mismo. Pero en su caso, en vez de 15 minutos, la aceptación no llegó hasta que cumplió los 53 años. «Yo hasta esa edad no había hecho nada con otros acondroplásicos. Todo el mundo me había aceptado tal cual era, pero yo no me veía así. Incluso me costaba relacionarme con personas con enanismo. Hasta que cumplí los 53 y me acerqué a una asociación de acondroplásicos. Desde que tomé esa decisión mi vida mejoró mucho. Pero cada uno necesita su tiempo», dice Alaña.

Y añade: «Creo que nuestra etapa trágica es la adolescencia, cuando brotan las hormonas. Vivir eso con diversidad funcional cuesta mucho. Pero llega un día en el que ves que todos en mayor o menor medida pasamos por lo mismo. Y es justo ahí cuando te das cuenta de que puedes reconciliarte con el otro y contigo mismo. Algo que haces desde el cerebro, el órgano que todos tenemos igual. Por eso hay tanta gente acondroplásica con buenos trabajos. Si nos posicionamos desde en igualdad de condiciones, también respondemos».

Por eso, este profesor jubilado defiende que es muy importante la formación en personas con diversidades funcionales. «En la cabeza, pocos problemas vas a tener. En cambio en físicos, muchos», argumenta Josep Maria Alaña.

Orgullo enano

A día de hoy, más que aceptarse, defiende el orgullo de ser enano. El orgullo de ser diferente. El orgullo de ser capaz. Porque para él en esa diferencia reside lo positivo

A día de hoy, más que aceptarse, defiende el orgullo de ser enano. El orgullo de ser diferente. El orgullo de ser capaz. Porque para él en esa diferencia reside lo positivo. «Por todo ello hemos de estar orgullosos. Debemos buscar la potencialidad y no echarnos la culpa», dice.

Pero también defiende que tiene que haber una serie de leyes y derechos para las personas con diversidades funcionales. Empezando por una sociedad que piense por ellos y que sea consciente de que hay personas diferentes. «Tiene que dejar de haber mostradores de talla única, retretes de tallas únicas, coches de tallas únicas etc. Cada vez se están adaptando más todas estas cosas y muchas veces es gracias a la tecnología».

Y finaliza: «Porque solo aceptando que existe la diferencia, cabremos todos. Si no, serán muchos los que se queden fuera. Como ya ha pasado durante muchos años. ¿Cuánto mide un español medio? 1,70 metros. Y todo se hacía en función de eso. Estamos en una lucha igualitaria, pero partiendo de la diferencia. Y solo desde la diferencia podremos llegar a un acuerdo».

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