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La pobreza y la exclusión social afectan a la salud mental de los niños

  • 3-11-2021 | Mar Lupión Torres
  • Un estudio del proyecto INMA asocia los problemas socioeconómicos de las familias con ciertos trastornos emocionales y del comportamiento en los más pequeños
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Resulta casi imposible negar que las circunstancias socioeconómicas de las personas influyen en prácticamente todos los ámbitos de la vida. Ahora, un estudio de la Unidad Mixta de Investigación en Epidemiología, Ambiente y Salud FISABIO, la Universidad Jaume I de Castellón y la Universidad de Valencia, analiza cómo la pobreza y la exclusión social pueden afectar a la salud mental infantil.

La investigación, que se enmarca dentro del proyecto INMA (Infancia y Medio Ambiente), ha seguido de cerca a 400 niños y niñas de entre 7 y 11 años de Gipuzkoa y Valencia para comprobar cómo les afecta su contexto familiar y social. Como conclusión, se establece una relación directa entre un mayor riesgo de pobreza y exclusión social con un incremento en los problemas de salud mental en la infancia. Otros factores que juegan un papel importante son el estrés familiar, el perfil parental y el contexto físico y social.

Para sacar adelante este trabajo, se han empleado diferentes parámetros de evaluación. El riesgo de pobreza o exclusión social se ha medido mediante el indicador AROPE, definido por la Unión Europea. Para valorar el contexto familiar, se ha empleado una escala propia, denominada HEFAS-7-11, que utiliza ítems de la escala HOME, pero también el Historial de Desarrollo de Pettit, Bates y Dodge. La salud mental infantil se ha evaluado a través del cuestionario de comportamiento CBCL, cumplimentado por las madres de los niños que han participado en el estudio. Se trata de un método que distingue entre problemas internalizantes o emocionales (por ejemplo, síntomas de ansiedad, depresión o somatizaciones) y problemas externalizantes o conductuales (como son síntomas de comportamiento y de agresividad).

El estrés de los padres afecta a los hijos

Llucía González es investigadora del CiberESP (Consorcio de Investigación Biosanitaria en Red de Epidemiología y Salud Pública) ubicada en Fisabio-Salud Pública. Ella es una de las firmantes del estudio y nos aclara que «se trata de una investigación que utiliza el número de síntomas como un continuo, por lo que no podemos presentar prevalencias de un problema determinado. Aportamos información sobre dos grandes grupos de problemas, como son los internalizantes y los externalizantes». Por tanto, nos explica que «no podemos decir que hay más niños y niñas diagnosticados con ansiedad en el grupo de hogares en riesgo de pobreza o exclusión social. Lo que sí podemos afirmar es que existe una correlación entre ambos elementos, que es más fuerte y de mayor magnitud en el caso de problemas externalizantes».

El estudio explora tres factores fundamentales que influyen en el estado de los niños: el entorno físico y social, el perfil parental y el estrés parental. Sobre este último, González nos cuenta que «existe una teoría que defiende que aquellas madres y padres sometidos a un mayor estrés económico, tendrán a su vez un mayor estrés psicológico. Esto repercutirá en la relación con sus hijos, promoviendo estilos de crianza más autoritarios y, por tanto, dificultando el control del comportamiento de los niños».

En cuanto a los resultados, se observa que el riesgo de pobreza y exclusión social se relaciona con el entorno físico y social para problemas emocionales. Es decir, «a peor calidad de contexto, más influía el AROPE en los problemas emocionales. Eso sí, para los que tenían una calidad de contexto alta, el AROPE no supuso ningún riesgo para problemas emocionales».

Llucía González: «Existe una teoría que defiende que aquellas madres y padres sometidos a un mayor estrés económico, tendrán a su vez un mayor estrés psicológico. Esto repercutirá en la relación con sus hijos, promoviendo estilos de crianza más autoritarios y, por tanto, dificultando el control del comportamiento de los niños»

En relación con el estrés y el perfil parental, «los factores del entorno familiar mediaron la relación entre AROPE y problemas emocionales en un 42%. En el caso de problemas conductuales, llega al 62%. Por tanto, se observa que parte del efecto de la pobreza sobre la salud mental se transmite a través del contexto familiar».

Prevención estructural y estrategias a corto plazo

Una vez conocemos los datos, cabe preguntarse qué se puede hacer para prevenir esta relación y proteger la salud mental infantil. Los autores del estudio plantean una serie de medidas que inciden en dos niveles: el más lejano y estructural, donde radica el riesgo de pobreza y exclusión social; y el más cercano e inmediato, el entorno familiar.

Para el primero de ellos, «se necesitan reformas del sistema productivo y laboral», defiende Llucía González. Algunos ejemplos de esos cambios serían «incremental el salario mínimo interprofesional, favorecer el acceso al Ingreso Mínimo Vital o potenciar la empleabilidad, impulsar medidas que faciliten la conciliación familiar y laboral». Sin embargo, se trata de modificaciones que requieren de tiempo y que no solucionan el problema de las generaciones que viven su infancia y adolescencia actualmente. Es por eso que «son necesarias otro tipo de estrategias a corto plazo, como pueden ser las escuelas de parentalidad positiva enfocadas a todos los miembros de la familia, donde madres y padres puedan expresar sus dudas e inquietudes y donde los niños puedan hablar de sus emociones y sentimientos».

González recuerda que la ansiedad y la depresión no son trastornos que se den únicamente en adultos, sino que afectan a niños y niñas. Insiste en que, en las etapas de desarrollo, «existe un gran componente relacional en el que la salud mental está relacionada con la de sus madres y padres, así como con las características de los procesos comunicativos y de aprendizaje entre ambos. Estos dos factores, junto con el carácter o personalidad de los niños, modulan su salud mental».

La ansiedad y la depresión, presentes en la infancia

Hemos hablado con otros expertos en psicología infantojuvenil para analizar esta investigación. Mireia Orgiles, catedrática en Psicología Infantil y Juvenil de la Universidad Miguel Hernández apunta a que «en aquellas zonas en las que hay más exclusión social, los padres tienen menos recursos a su alcance y eso hace que se incremente su estrés. No es lo mismo los padres que tienen determinados ámbitos de su vida satisfechos y pueden emplear tanto su tiempo como sus recursos en favorecer que el menor tenga un bienestar emocional, a los padres que no se lo pueden permitir». Insiste en que los niños son capaces de percibir las dificultades que atraviesan sus progenitores, aunque no se les hable de ellas y advierte de que «cuando al niño no se le explica lo que está ocurriendo, dentro de su imaginación quizá incluso puede crear un escenario que es a veces hasta peor que la realidad. Les afecta mucho porque, además, en muchos casos no tienen la capacidad cognitiva suficiente para entender lo que está ocurriendo».

Orgiles defiende que los trastornos emocionales, tanto la ansiedad como la depresión, están muy presentes en la infancia y en la adolescencia. Alude a que «pensamos que son problemas que solo les ocurren a los adultos porque no entendemos qué preocupaciones pueden tener los niños. Asimilamos siempre la infancia como un período feliz y realmente no siempre es así». De hecho, según la Organización Mundial de la Salud «casi el 50% de los trastornos psicológicos se inicia ant4es de los 14 años. Los problemas de ansiedad tienen su inicio, de media, a los 6 años; la depresión, a los 13».

Orgiles destaca el papel de la escuela como elemento clave a la hora de prevenir y tratar los problemas de salud mental en los niños, asociados o no al riesgo de exclusión social. Considera que «es el lugar idóneo para la detección e intervención en problemas de salud mental. En estos días, la OMS ha hecho público un informe que dice que los centros educativos no tienen que ser estrictamente un lugar para el aprendizaje de conocimiento, sino también para adquirir habilidades emocionales y sociales». Esto es así porque «allí es donde está la mayor parte de los niños, allí no hay diferencias de exclusión, son todos iguales y es el lugar perfecto para proporcionales recursos psicológicos que necesitan, tanto a nivel de detección de problemas que puedan tener, como también de intervención».

Mireia Orgiles: «[La escuela] es el lugar idóneo para la detección e intervención en problemas de salud mental»

Niños felices, adultos emocionalmente sanos

Nuria García, fundadora del centro de psicología infantil Ayudarte, cree que la pandemia ha puesto de manifiesto que la ansiedad y la depresión también afectan a los más pequeños: «han aguantado mucho, pero también están pagando un peaje por ello. Muchos han empezado a tener fobias, pero también ansiedad y depresión porque, por ejemplo, han perdido a una figura importante para ellos como es la de los abuelos. Por otro lado, han dejado de ver a sus amigos. Siempre digo que las emociones se contagian. Si a mi consulta viene un niño con depresión, intento siempre buscar en la familia si existe esa depresión en otro miembro e intento atajarla con los dos».

En cuanto a la prevención, García destaca el papel de las asociaciones, puesto que «ayudan a los niños a ser niños. Muchas veces, la mejor manera de tratar esos trastornos es evitar que los niños pasen tiempo solos en casa. Lo mejor es que haya un adulto responsable que les pueda ayudar y en el que se puedan apoyar».

No cabe duda que la salud mental de los niños de hoy será la de los adultos de mañana. Es por esto que resulta clave abordar los problemas lo antes posible. Nuria García subraya que «si tú no sabes gestionar un problema de pequeño, es difícil que de mayor seas capaz de hacerlo. Hay que prevenir las enfermedades mentales, pero tenemos que ser conscientes de que hay muchas familias que no pueden permitirse ir a un psicólogo».

Mireia Orgiles, en la misma línea, advierte de que «los problemas de ansiedad tienen una comorbilidad alta con la depresión. Esto quiere decir que, cuando un niño tiene ansiedad, es muy probable que también desarrolle síntomas depresivos. Cuando padece esto en la infancia, es precursor de trastornos psicológicos en la edad adultas». Asegura que «para tener adultos emocionalmente sanos, hay que empezar desde la infancia. Es importante detectar los problemas de salud mental en los niños desde muy pequeños, lo antes posible. Si no lo hacemos así, la probabilidad de que desarrollen un trastorno cuando son adolescentes o adultos es elevada y el pronóstico será mucho peor».

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