En la intersección entre la teoría y la práctica educativa, hay figuras que no solo observan los desafíos, sino que se atreven a enfrentarlos y a proponer soluciones reales. Nadia Al Chaarani Pablos es una de esas voces, una que ha vivido en primera persona las deficiencias del sistema y ha transformado su propia frustración en un motor de cambio. No hablamos solo de una profesora; hablamos de una educadora que, tras sentir el agotamiento y la falta de herramientas adecuadas, decidió reinventar su carrera y convertirse en un faro para otros docentes.
Su trayectoria es un espejo de muchos profesionales que, pese a su vocación, se encuentran con una realidad que no los preparó para las complejidades del aula moderna. Nadia confiesa que, en un momento, estuvo a punto de dejar la docencia, pero en lugar de rendirse, buscó la innovación educativa como una vía de escape. Asistió a congresos, devoró libros y, lo más importante, se atrevió a experimentar con nuevas metodologías. Su experiencia la llevó a entender que la clave para una educación significativa está en la formación constante, en la flexibilidad y en la valentía de salir de las clases magistrales y los exámenes tradicionales.
Hoy, su relevancia en el mundo de la educación es innegable. A través de su blog, sus charlas y su libro «Se busca docente valiente», ha creado una comunidad que busca lo mismo que ella: clases más efectivas, significativas y humanas. Nadia no solo enseña a sus alumnos, sino que también guía a miles de colegas para que el aprendizaje no sea un choque contra un muro, sino una aventura llena de motivación, respeto y atención a la diversidad. Ella nos recuerda que cada docente tiene el poder de cambiar la vida de sus estudiantes, si tiene el conocimiento y la audacia para hacerlo.
Tras conocer de primera mano sus ideas y su experiencia, es evidente que el trabajo de Nadia Al Chaarani Pablos va más allá de la simple teoría. Ella no habla de cambio desde una posición externa, sino desde las trincheras del aula, donde vivió el agotamiento de una metodología que no funcionaba y se atrevió a buscar una solución. Como ella misma nos confesó, el punto de inflexión fue cuando un alumno le dijo: «Esto no es enseñar matemáticas», una frase que, lejos de ser un reproche, fue el impulso que la llevó a reinventarse.
Su libro, «Se busca docente valiente», es el manifiesto de esa reinvención, una guía que nace de su propia experiencia para animar a otros a ser «valientes»: a ser personas que disfrutan su trabajo, que se cuestionan su práctica y que se mantienen en formación continua. En un mundo donde la información es accesible para todos, Nadia nos recuerda que el verdadero rol del profesor ha evolucionado. Ya no se trata de transmitir datos, sino de «hacer comprensible la información» y de enseñar a los alumnos a generar su propio conocimiento. Nos deja claro que el cambio no vendrá desde arriba, sino del esfuerzo y la valentía de cada docente que se atreva a transformar su aula, a humanizar la educación y a ser el motor que inspire a las nuevas generaciones a ser personas más listas y mejores.
«Esas eran las clases que yo quería dar. Profesores que disfrutan en clase, que aprenden, que se arriesgan y que tienen buena relación con su alumnado»
«Esas eran las clases que yo quería dar. Profesores que disfrutan en clase, que aprenden, que se arriesgan y que tienen buena relación con su alumnado»
En sus inicios como docente, llegó a considerar la posibilidad de abandonar la profesión. ¿Qué la llevó a ese punto de inflexión y cómo logró transformar esa experiencia en un impulso para mejorar la educación?
No me gustaba la metodología de mis clases, no tenía una propia, sino que hacía lo que había observado como alumna y lo que me parecía que hacían mis compañeros/as, básicamente seguir un libro de texto. En cada sesión explicaba algún concepto y hacíamos o corregíamos ejercicios (soy profesora de física química y matemáticas). Estas clases me resultaban tremendamente aburridas y monótonas y a mi alumnado también. Una vez, un alumno me dijo « esto no es enseñar matemáticas». No le respondí porque estaba totalmente de acuerdo con él. El problema de que se aburran es que no atienden y por lo tanto, no aprenden. Esto me llevó al punto de inflexión, sentía que en mis clases no se aprendía.
Para transformar la situación busqué en internet «innovación educativa». Me aparecieron muchas ideas que desconocía y me llamó la atención una: «Encuentros de centros innovadores». Era una jornada presencial en Oviedo, a 3 horas de mi casa, a primeros de septiembre. Los profesores ponentes contaban a otros docentes experiencias de éxito educativas. Pedí permiso a la directora del centro y fui. Salí de aquella jornada siendo otra. Descubrí un mundo nuevo. Salí fascinada. Esas eran las clases que yo quería dar. Profesores que disfrutan en clase, que aprenden, que se arriesgan y que tienen buena relación con su alumnado.
En su libro «Se busca docente valiente», usted anima a los profesores a modernizar el modelo educativo tradicional. ¿Qué define a un «docente valiente» y por qué cree que esa cualidad es tan necesaria hoy en día?
Un docente valiente es aquel que disfruta de su trabajo, al que le gusta enseñar y acompañar a niños y a jóvenes. Se cuestiona, revisa su práctica docente y está en continua formación. Pienso que estas cualidades son necesarias porque la escuela no puede limitarse a mecanizar y repetir actividades carentes de significado ni contexto. Creo que tenemos que aspirar a más y para ello el docente ha de estar muy formado, no solo en su área sino también en didáctica y en habilidades sociales porque se enseña mediante el ejemplo.
«Una vez que llegamos al aula sin estar preparados, no disponemos de apoyo, ni de un tutor ni de un período de prácticas, directamente nos asignan unos 5 grupos en secundaria»
«Una vez que llegamos al aula sin estar preparados, no disponemos de apoyo, ni de un tutor ni de un período de prácticas, directamente nos asignan unos 5 grupos en secundaria»
¿Cuál cree que es el principal desafío que enfrenta el sistema educativo y por qué considera que este problema va más allá de lo puramente metodológico?
Creo que enfrentamos muchos desafíos. El primero puede ser la escasa formación inicial y continua. Para dar clase en infantil o primaria se estudia un grado de 4 años, pero para dar clase en secundaria, la formación es de tan solo 1 año. Una vez que llegamos al aula sin estar preparados, no disponemos de apoyo, ni de un tutor ni de un período de prácticas, directamente nos asignan unos 5 grupos en secundaria. El segundo problema es que los centros carecen de programa pedagógico. Los profesores tienen casi total libertad para desarrollar sus programaciones. Con los años de experiencia se agradece tal libertad, pero los primeros años son prueba-error, la sensación de soledad es grande. Y por último, la gestión de la diversidad. El alumnado tiene diferente nivel académico, diferentes intereses, ritmo de desarrollo, lengua materna, apoyo familiar, economía, habilidades sociales, dificultades de aprendizaje, etc. Hay muchos factores ajenos y no ajenos a la escuela que le afectan directamente y están fuera del alcance del docente. Por lo tanto, cambiar la metodología y hacer las clases más participativas o utilizar la tecnología no soluciona muchos de estos problemas.
Su filosofía se basa en educar desde el «respeto, la amabilidad y la flexibilidad». ¿Qué implica aplicar estos principios en el día a día del aula? ¿Podría compartir un ejemplo práctico?
Creo que hay que ser amable con todas las personas, ante todo somos humanos. No solo al alumnado, también a toda persona de la comunidad educativa y de la sociedad en general. Cuando vamos al supermercado somos amables con la cajera o con el pescadero, cuando nos cruzamos en el pasillo con un profesor nos saludamos, o en el descanso tomamos un café en la sala de profesores y charlamos. En el aula es igual. Trato de comprender y aclarar las dudas de mis alumnos, sin juzgar si eso ya deberían saberlo. La flexibilidad me parece fundamental. Sé que a algunos les parece fácil la asignatura y a otros muy difícil, por eso trato de tener actividades de diferentes niveles de dificultad. No les pido a todos lo mismo, sino lo que pueden dar. No vamos todos al mismo ritmo en clase, eso no tiene sentido. Tienen su cuaderno de tareas y van avanzando. Piden ayuda a los compañeros o a mí, cuando la necesitan.
El tema de la evaluación es recurrente en sus charlas. En su opinión, ¿cómo se puede evaluar de manera que no solo se mida el conocimiento, sino que también se promueva el aprendizaje y se evite la frustración en los alumnos?
Cambiar la evaluación me parece imprescindible. Seguimos calificando y evaluamos muy poco. Si ponemos notas y hacemos medias sólo calificamos y así no se aprende. Para fomentar la evaluación hay que hacer pruebas, corregirlas y dar feedback al alumnado, es decir, decirle dónde ha fallado y cómo puede resolver el fallo. Yo a estas pruebas las llamo entrenamiento. Es el día a día de las clases. Son pruebas cortas que no llevan mucho tiempo corregirlas. También podemos darles la actividad corregida y que busquen ellos sus fallos. Trato de hacer el examen cuando casi toda la clase está preparada. Las pruebas no deberían de ser «a pillar», sino que todos tienen que tener claro qué hay que saber, qué entra en la prueba. El profesor está para allanar el camino, no para poner piedras. Y los exámenes y trabajos se deberían poder repetir hasta hacerlos bien.
Usted insiste en la importancia de la formación continua del profesorado. ¿Qué tipo de formación considera más efectiva y cómo podría incentivarse para que los docentes la vean como una oportunidad y no como una obligación?
Creo en la autoformación. Cada profesor tiene sus inquietudes y debilidades, además de su área de conocimiento específico. Yo como más aprendo es leyendo libros. También hago cursos online y una vez al año, al menos, hago una formación presencial, en forma de taller, congreso o encuentro. Las formaciones que nos dan en el instituto son muy superficiales. Suelen ser charlas de 2 horas sobre temáticas muy diversas: dislexia, TDAH, confidencialidad, primeros auxilios, cuidado de la voz, racismo, etc. Para aprender sobre un tema hay que sumergirse en él y llevarlo a la práctica, no solo escuchar una conferencia.
¿Qué papel cree que deben desempeñar los docentes en la transformación del sistema educativo? ¿Es un cambio que debe venir desde arriba, o la clave está en el cambio individual de cada profesional?
Está demostrado que los cambios desde arriba no funcionan. Por más que cambien las leyes, las metodologías y la evaluación en las aulas apenas han cambiado. Creo que la dirección del centro es determinante. El proyecto de innovación tiene que partir de ahí y extenderse primero al grupo de profesores más motivados y poco a poco al resto. Los profesores en solitario, sin cooperación ni coordinación, no pueden generar cambios.
«El rol del profesor es más importante hoy en día porque la información por sí misma no tiene valor, incluso puede ser dañina»
«El rol del profesor es más importante hoy en día porque la información por sí misma no tiene valor, incluso puede ser dañina»
En la sociedad actual, con un acceso ilimitado a la información, ¿cómo ha cambiado el rol del profesor? ¿Cuál es la diferencia entre transmitir información y generar conocimiento en el aula?
El rol del profesor es más importante hoy en día porque la información por sí misma no tiene valor, incluso puede ser dañina. Nuestra labor es hacer comprensible la información, enseñarles a aprender y a ser autónomos y generar en ellos el deseo de seguir formándose el resto de su vida. Esto lo podemos hacer mediante el ejemplo. Siendo personas que estudian y que transmiten interés por lo que enseñan. Esto chatgpt no lo puede hacer.
En la era digital, con tanto acceso a la información, ¿cree que se ha confundido la información con el conocimiento? ¿Cómo pueden los docentes ayudar a los alumnos a discernir entre ambos y a construir un conocimiento sólido?
No creo que se haya confundido información y conocimiento. Hoy en día tenemos datos, a veces podemos zanjar una discusión buscando la respuesta en Google, pero esto no es conocimiento. Creo que el conocimiento está relacionado con saber resolver problemas y saber tomar buenas decisiones y esto lo podemos trabajar en las aulas. Podemos plantearles retos o problemas relacionados con los contenidos de la materia que tengan que resolver de forma colaborativa. Estas son las metodologías activas, utilizar la información para resolver problemas contextualizados. Por ejemplo, tras estudiar el tema de la nutrición en biología, podemos pedirles que analicen su dieta durante una semana (o el menú del comedor escolar) y redacten un informe detallado justificando sobre si es saludable o no.
Con la creciente integración de la tecnología en las aulas, ¿cuál es su opinión sobre su uso? ¿Cree que la tecnología es la clave para la innovación educativa o que existe el riesgo de que nos distraiga de los aspectos más fundamentales de la enseñanza?
Creo que ya estamos reduciendo su uso porque efectivamente distrae mucho. Es una herramienta fantástica para apoyar el aprendizaje, pero quizá cuando ya hayan adquirido los conocimientos básicos. Ya se ha demostrado que la introducción de ordenadores uno a uno en las aulas no ha mejorado el aprendizaje (Hattie, 2017).
En un sistema educativo a menudo enfocado en estandarizar resultados, ¿cómo se puede fomentar la individualidad y la creatividad de los estudiantes?
Cambiando el tipo de actividades que hacemos en el aula, convirtiéndolas en situaciones y problemas abiertos. En bachillerato tiene sentido prepararlos para hacer lo mejor posible una prueba estandarizada, pero en primaria y en secundaria no lo tiene. El foco debería ser enseñarles a pensar, a dialogar, a razonar, a argumentar, etc. habilidades más exigentes que la memorización. El problema es que queremos abarcar todos los temas de la programación y para ello hay que ir muy rápido, y a ese ritmo no da tiempo a pensar, y menos a aprender.
A menudo se debate si el objetivo principal de la escuela es preparar a los estudiantes para el mundo laboral o para la vida en general. ¿Cuál es su perspectiva sobre el propósito fundamental de la educación en el siglo XXI?
He reflexionado mucho sobre esto y creo que el propósito de la escuela es hacer personas más listas y mejores. Todos los ciudadanos pasamos por ella y representa una oportunidad única para trabajar no solo el conocimiento sino también las actitudes y los valores. Sin embargo, muchas cualidades necesarias, conocidas como habilidades blandas, como la creatividad, la inteligencia emocional, la flexibilidad, la iniciativa, el trabajo en equipo, la resiliencia, etc. apenas tienen peso en la calificación, porque es muy difícil evaluarlas. El problema es que, en la escuela, lo que «no cuenta para nota» se percibe como no importante.