El aprendizaje ya no puede entenderse solo como la simple transmisión de conocimientos. La neurociencia ha demostrado que las emociones, el contexto y la motivación juegan un papel clave en la manera en que los estudiantes procesan la información y desarrollan habilidades.
La forma en que los estudiantes regulan sus emociones influye en su capacidad para absorber información, desarrollar habilidades críticas y establecer relaciones sociales saludables. En este contexto, la educación emocional y la implicación de los centros educativos en la gestión de las emociones se han convertido en pilares fundamentales para el éxito académico y el bienestar estudiantil.
Desde la neurociencia, se ha demostrado que la amígdala, una estructura clave en la regulación del miedo y otras emociones, interactúa estrechamente con la corteza prefrontal, la zona del cerebro responsable del pensamiento racional y la toma de decisiones.
Cuando un estudiante experimenta ansiedad, miedo o frustración, la activación de la amígdala puede bloquear el acceso a los circuitos prefrontales, dificultando la concentración y el razonamiento lógico. Por el contrario, emociones positivas como la motivación y la curiosidad facilitan la activación de redes neuronales que favorecen la creatividad y el aprendizaje profundo.
Bárbara Torrente Torres, profesora de los Grados en Educación de la Universidad CEU San Pablo, destaca que «las emociones no solo acompañan el pensamiento, sino que lo impulsan. Un estudiante que se siente seguro y motivado aprende mejor, mientras que el miedo y la presión pueden frenar el proceso». Si el entorno es positivo, las conexiones neuronales se fortalecen, pero, cuando el estrés es constante, la capacidad cognitiva se ve afectada. Educar desde la emoción no es un añadido, sino una pieza clave para que el aprendizaje deje huella.
Torres nos cuenta que ella en su aula, el primer día siempre les dice a sus estudiantes: «Regálame tu error». Al principio, se hace un silencio casi incómodo, pero pronto comprenden que equivocarse es parte del proceso. «Si el miedo bloquea el cerebro, aprender es casi imposible. En cambio, cuando el error se ve como una oportunidad, los estudiantes se atreven a probar, fallar y mejorar», añade.
Un ambiente seguro y motivador empieza con la cercanía del docente, asegura la profesora. «Cuando los alumnos sienten confianza, participan sin miedo. Detalles como un saludo cariñoso, recordar sus intereses o demostrar empatía generan un entorno ideal para el aprendizaje».
«Un estudiante que se siente seguro y valorado aprenderá mejor, mientras que la ansiedad o la tristeza pueden bloquear su razonamiento»
Por su parte, Ruth Castillo-Gualda, profesora de la Universidad Camilo José Cela, afirma que «hablar de aprendizaje es hablar de emociones, pues emoción y cognición funcionan en un círculo virtuoso». Explica que, lejos de la clásica dicotomía entre razón y emoción, las emociones influyen directamente en la calidad del aprendizaje. Gracias a los avances en neurociencia, sabemos que ambos procesos están entrelazados y determinan cómo pensamos, recordamos y resolvemos problemas.
Según Castillo-Gualda, cada emoción impacta en nuestra capacidad de procesar información, en la atención que prestamos a ciertos detalles y en cómo afrontamos los retos. En el aula, sostiene que las emociones no son solo señales, sino un motor clave para la motivación, la creatividad y la toma de decisiones. «Un estudiante que se siente seguro y valorado aprenderá mejor, mientras que la ansiedad o la tristeza pueden bloquear su razonamiento», señala.
También enfatiza que la memoria, la atención y la resolución de problemas están estrechamente ligadas a la emoción. Por ello, el rol del docente va más allá de la enseñanza de contenidos: es quien crea un clima óptimo para el aprendizaje. Castillo-Gualda sugiere que validar las emociones, enseñar vocabulario emocional y compartir estrategias de regulación no solo fortalece el equilibrio personal y social, sino que también potencia el aprendizaje.
En cuanto al estrés en el aprendizaje, la profesora recuerda: «Seguro que alguna vez has visto cómo un alumno estresado tenía dificultades para seguir una explicación o concentrarse». Explica que el estrés activa un sistema de alerta que puede secuestrar recursos mentales, haciendo que el estudiante reaccione de forma más automática o impulsiva. Aunque el cortisol, la hormona del estrés, ayuda a enfrentar desafíos, niveles elevados y sostenidos pueden dañar neuronas del hipocampo y afectar la memoria de trabajo, la atención y la autorregulación.
Regulación y reevaluación
«Se creía que la capacidad de aprender disminuía con la edad, pero hoy sabemos que seguimos formando nuevas conexiones neuronales en la edad adulta»
La regulación emocional en la educación no solo implica el control de impulsos o la reducción del estrés, sino que también abarca estrategias de reevaluación cognitiva que permiten a los estudiantes reinterpretar sus experiencias de manera más positiva y funcional.
Tradicionalmente, las técnicas de regulación emocional han enfatizado estrategias de control cognitivo desde un enfoque «de arriba hacia abajo» (top-down), como el modelo de Regulación Emocional Cognitiva (CER), que propone que la emoción puede ser gestionada a través del pensamiento racional. Sin embargo, recientes investigaciones han resaltado la importancia de un enfoque «de abajo hacia arriba» (bottom-up), como el Modelo de Regulación Emocional Experiencial-Dinámico (EDER), que enfatiza la necesidad de vivir y procesar las emociones de manera más experiencial en lugar de simplemente reprimirlas o reinterpretarlas de manera abstracta.
Los centros educativos tienen la responsabilidad de proporcionar un entorno que fomente una regulación emocional saludable, no solo a través de la enseñanza de estrategias cognitivas, sino también mediante la creación de experiencias reales que permitan a los estudiantes reformular sus esquemas emocionales y desarrollar respuestas más adaptativas ante situaciones desafiantes.
Esquemas mentales: claves para la adaptabilidad
«La educación emocional debe integrarse en la enseñanza diaria, no como actividades aisladas»
El psicólogo Jean Piaget introdujo el concepto de «esquemas», estructuras mentales que organizan la información y guían la manera en que interpretamos el mundo. En el ámbito educativo, estos esquemas se forman y consolidan a partir de la interacción con el entorno y las experiencias vividas.
Cuando un estudiante ha desarrollado esquemas negativos sobre sí mismo —por ejemplo, «no soy bueno en matemáticas» o «si me equivoco, me van a juzgar»—, estos pueden interferir con su rendimiento académico y su bienestar emocional. La actualización y enriquecimiento de esquemas, basada en la interacción con el entorno y la retroalimentación positiva, permite transformar estas creencias limitantes en esquemas más flexibles y adaptativos.
Investigaciones recientes han demostrado que la reorganización de la memoria autobiográfica juega un papel clave en este proceso. Los recuerdos negativos pueden ser reinterpretados y reconsolidarse con una carga emocional menos intensa cuando se trabajan en un entorno seguro y con apoyo adecuado. En la educación, esto implica que los docentes no solo deben proporcionar información académica, sino también ayudar a los estudiantes a resignificar sus experiencias y reforzar la autoconfianza.
En esta línea, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en su informe titulado «Understanding the Brain: Towards a New Learning Science» subraya que en la última década se ha aprendido más sobre el funcionamiento del cerebro que en todos los siglos anteriores, gracias a las tecnologías de escaneo cerebral no invasivas. Estas tecnologías han permitido a los investigadores observar cómo el cerebro se desarrolla, aprende y cambia a lo largo de la vida.
Implicaciones para la Educación
El informe destaca varias áreas clave donde la investigación del cerebro puede tener un impacto significativo en la educación como la alfabetización y habilidades matemáticas, donde la comprensión de cómo el cerebro procesa la lectura y las matemáticas puede ayudar a desarrollar intervenciones más efectivas para estudiantes con dificultades en estas áreas. El aprendizaje a lo largo de la vida, donde la plasticidad cerebral sugiere que el aprendizaje no se detiene en la infancia, sino que continúa a lo largo de toda la vida. O la regulación emocional, donde se constata que las emociones afectan al aprendizaje y pueden ayudar a desarrollar estrategias para mejorar el bienestar emocional de los estudiantes y, por ende, su rendimiento académico.
Torres sostiene que uno de los mayores descubrimientos en neurociencia es que el cerebro no es una estructura fija, sino un órgano en constante transformación. «Se creía que la capacidad de aprender disminuía con la edad, pero hoy sabemos que seguimos formando nuevas conexiones neuronales en la edad adulta». Como explica Norman Doidge en su libro «El cerebro se cambia a sí mismo», el aprendizaje no tiene fecha de caducidad. Esto permite seguir adaptándose y mejorando en cualquier etapa de la vida.
Los centros educativos en la regulación emocional
«La neurotecnología tiene el potencial de personalizar el aprendizaje»
Dado que las emociones influyen en el aprendizaje y la adaptación social, los centros educativos deben asumir un papel activo en la enseñanza de habilidades de regulación emocional. Esto se puede lograr a través de diversas estrategias:
- 1. Ambientes positivos: Crear un entorno seguro y libre de amenazas permite a los estudiantes experimentar el aprendizaje sin el temor al fracaso. Estrategias como el aprendizaje basado en proyectos y la enseñanza lúdica pueden fomentar la curiosidad y la motivación intrínseca.
- 2. Habilidades socioemocionales: Incluir programas de educación emocional en el currículo, como mindfulness, gestión del estrés y técnicas de comunicación asertiva, ayuda a los estudiantes a desarrollar una mayor resiliencia emocional.
- 3. Intervenciones basadas en la experiencia: En lugar de depender únicamente de estrategias cognitivas de regulación emocional, es fundamental que los estudiantes participen en experiencias que les permitan modificar sus esquemas emocionales. Esto incluye el aprendizaje colaborativo, la exposición gradual a desafíos y la retroalimentación positiva en tiempo real.
En este punto, la profesora del CEU añade que «el aprendizaje por proyectos, el aprendizaje cooperativo, rutinas de pensamiento, etc., no solo ayudan a fijar conocimientos, sino que fortalecen las conexiones neuronales y el desarrollo del pensamiento crítico». Además, es fundamental desarrollar aún más la competencia «Aprender a aprender», junto con estrategias como la metacognición y la resolución de problemas, afirma. «La educación no debería enfocarse solo en aprobar exámenes, sino en preparar mentes curiosas, capaces de seguir aprendiendo a lo largo de la vida. Y en un mundo como el actual, es una necesidad».
Castillo-Gualda, que también es doctora en Psicología, especialista en desarrollo socioemocional en la infancia y adolescencia, asegura que para crear un entorno de aprendizaje emocionalmente seguro y motivador, los docentes deben fomentar la confianza en el aula permitiendo que los estudiantes expresen cómo desean sentirse y estableciendo compromisos grupales. Además, destaca la importancia de que los profesores modelen la gestión emocional verbalizando sus propias emociones y estrategias de regulación.
También recomienda proporcionar herramientas como el Medidor Emocional del Método RULER para que los estudiantes comprendan y manejen mejor sus emociones. Subraya que la educación emocional debe integrarse en la enseñanza diaria, no como actividades aisladas, sino dentro de la retroalimentación y la gestión de conflictos.
En cuanto a la neurociencia, sugiere aplicar estrategias para mejorar la atención, como pausas activas, mindfulness o respiración diafragmática. Asimismo, aconseja conectar los contenidos con historias y experiencias cercanas a los estudiantes y diversificar la evaluación con proyectos prácticos, inteligencia artificial y herramientas creativas. Enfatiza que cada estudiante es único y necesita un enfoque personalizado para aprender y gestionar sus emociones.
La neurotecnología y el futuro educativo
«La tecnología debe complementar, no sustituir, el trabajo de los docentes, y su uso debe ser ético, equitativo y transparente»
La neurotecnología, que estudia cómo mejorar el rendimiento humano a través de dispositivos que capturan la actividad cerebral, está ganando terreno. Dispositivos como el electroencefalograma (EEG) y la espectroscopía de infrarrojo cercano funcional (fNIRS) permiten monitorear la actividad cerebral en tiempo real, lo que puede optimizar la productividad y la seguridad en tareas complejas. Sin embargo, este avance plantea riesgos éticos, como la protección de los datos cerebrales y posibles abusos por parte de los empleadores. Si bien la neurotecnología podría mejorar la eficiencia laboral, también podría alimentar la inequidad y amenazar la privacidad de los trabajadores, generando debates sobre su regulación y uso ético en el entorno laboral.
En este punto, la profesora Torres destaca que la neurotecnología tiene el potencial de personalizar el aprendizaje, aunque sus aplicaciones actuales están en fases experimentales. Herramientas como las interfaces cerebro-computadora y el neurofeedback han mostrado beneficios en áreas específicas, como el tratamiento del TDAH, pero aún requieren más investigación para su implementación en el aula. En cuanto a los riesgos éticos, señala preocupaciones sobre la privacidad de los datos cerebrales, el control y la manipulación sin regulaciones claras, así como el riesgo de aumentar la desigualdad educativa si el acceso a estas tecnologías es limitado. Además, enfatiza que la tecnología debe complementar, no sustituir, el trabajo de los docentes, y su uso debe ser ético, equitativo y transparente.
Por su parte, Castillo-Gualda señala que la neurotecnología jugará un papel clave en la educación del futuro, permitiendo medir y analizar procesos cognitivos como la atención, la memoria y la resolución de problemas. Además, el uso de herramientas para registrar respuestas fisiológicas facilitará la identificación del estado emocional de los estudiantes, lo que permitirá adaptar la enseñanza para mejorar su experiencia de aprendizaje.
Sin embargo, advierte sobre riesgos éticos, especialmente en la privacidad de los datos y el derecho de los estudiantes a decidir si comparten su estado emocional. También subraya la importancia de no depender excesivamente de la tecnología, recordando que la enseñanza es un proceso humano donde la interacción, la empatía y la inspiración siguen siendo esenciales.