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Adelina Jiménez
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“Se convence a los gitanos más con miel que con hiel”

Adelina Jiménez

Cuadernos de Pedagogía, Nº 445, Sección Entrevista, Mayo 2014, Editorial Wolters Kluwer España

  • Amelia Almau Navarro
  • Orgullosa de su etnia y de su aspecto,Adelina Jiménez, que fue la primera maestra gitana de España, continúa ocupada, a sus 67 años, ya retirada de la labor docente desde hace siete. Su objetivo: convencer a los jóvenes gitanos y a sus mayores sobre la importancia de estudiar y de formarse para poder ocupar puestos de relevancia en la sociedad. Sitúa la batalla en la Secundaria, adonde estos chicos no llegan o de la que se escapan. Y asegura que es cuestión de tiempo y trabajo conjunto conseguir en esta etapa la plena escolarización.
Portada

Amelia Almau, maestra y periodista.

Fotografía y vídeo de Carlos Muñoz.

Adelina Jiménez

¿Cuándo supo que quería ser maestra?

Desde muy pequeña. Vivía con mi abuela porque mis padres fallecieron. A los 3 años, mi abuela, que no sabía leer ni escribir, me llevó a la escuela del pueblo, en Ayerbe (Huesca). Me gustaba mucho leer cuentos. Por la noche, se los leía a mi abuela. Y ya le decía: “Mira, abuela, cuando sea mayor, seré maestra”.

¿Quiénes fueron sus modelos?

Yo miraba mucho a mis maestras. Hasta los 14 años estuve en la escuela de Ayerbe y quería mucho a mi maestra, doña Raimunda Cazabón. La imitaba, quería ser como ella. Cuando salía de la clase, ocupaba su puesto y hacía de maestra. Pero también mi abuela, que insistió mucho en que estudiara; me había contado las vicisitudes del pueblo gitano y quería algo mejor para mí.

Niña y gitana en aquella época, ¿tuvo que pelear mucho para conseguir su sueño?

El primer problema fue el dinero. Mi abuela iba por los pueblos a vender telas hasta que se hizo muy mayor y ya no podía. No teníamos apenas dinero. Pero en el pueblo había un señor que era dueño de medio Ayerbe y que me hacía de tutor desde que era muy pequeña. Él me firmaba las notas, me regalaba algún libro... Cuando saqué el certificado de estudios, me propuso trabajar de costurera en un taller que tenía. Pero yo le dije muy seria: “No quiero ser camisera, quiero ser maestra”. Él me contestó que cómo iba a serlo si no tenía dinero para pagarme los estudios. Yo le repliqué: “Páguemelos usted, que tiene mucho”. Y don Carmelo Coiduras, que así se llamaba, aceptó.

Una combinación de osadía y suerte.

Sí, no he vivido un camino de rosas, pero he tenido suerte. También porque en mi mentalidad no me dio vergüenza pedir que me pagaran los estudios. Solo me puso una condición: que tenía que cumplir en las notas.

¿Era muy común en aquel entonces una gitana en las aulas?

No, en el colegio de Ayerbe no había ninguna más. Tampoco en el colegio de las monjas donde hice el Bachillerato.

¿Le resultó complicado?

Mientras estuve en el pueblo no fue complicado, porque vivía con mi abuela. Sí lo fue más cuando empecé Magisterio, en la Escuela Normal de Huesca. Allí había una residencia y don Carmelo, que era amigo de las profesoras, habló con ellas para que no tuviera problemas con las chicas. Porque yo era gitana y con el aspecto tan agitanado que tengo, temía que las chicas me rechazaran. Las profesoras les advirtieron de que debían comportarse bien conmigo. Esto me ayudó mucho. Sin embargo, no me adaptaba.

¿Por qué?

Los estudios me gustaban mucho, pero no me acostumbraba al ambiente; además, tenía que ser más independiente y yo no estaba acostumbrada a serlo. Me resultó difícil el hecho de tener tantos profesores. Todo era más frío. Al principio, incluso bajé en las notas.

Además, en la residencia había mucha disciplina, apenas podíamos salir. Yo quería libertad, marcharme. Así que a veces me escapaba de las clases y me iba al parque. Los profesores no me decían nada. Creo que comprendían que necesitaba tener esa libertad. Por las tardes, en el rato que podía salir, no me iba con mis compañeros, sino a casa de mis primos, porque yo tenía mucha familia en Huesca. Conocida y reconocida La pastelería Canela de Monzón no es quizás el sitio más apropiado para la entrevista con Adelina Jiménez. Es ruidosa y hace calor. Sin embargo, nuestra protagonista no se anima a quitarse ni el abrigo ni el gorro. “Me muevo muy mal, me cuesta demasiado volver a ponérmelos”, se justifica. Pero el lugar nos permite ser testigo del cariño que le profesa mucha gente en esta localidad. Casi todas las personas que desfilan por allí a desayunar o a tomar el vermú le dedican un saludo y sonríen al ver la grabadora. Es la confirmación a dos cosas de las que está muy satisfecha: no solo es conocida, también es reconocida. Adelina viene acompañada de un familiar, Jesús, al que presenta como “un familiar, un gitano viejo, que no sabe leer ni escribir, pero que podrá hablaros mucho de cómo somos los gitanos y cómo nos ven”. Porque, por encima de todo, Adelina se siente orgullosa de serlo y de aparentarlo. No le duelen prendas en reconocer que el pueblo gitano tiene que esforzarse para adaptarse a la sociedad del siglo XXI. Pero asegura que todos (gitanos, sociedad mayoritaria y administraciones) han que sumar esfuerzos para conseguir una convivencia real. Tiene claro que el primer paso es la escolarización, y anima a los padres gitanos a perder el miedo a que sus hijos e hijas vayan al instituto. “No pasa nada si se casan más tarde ni si lo hacen con payos. Pero hacen falta más profesionales gitanos: profesores, médicos... Y algún político que nos represente”.

¿Qué opinaban sus primos de que estuviera estudiando una carrera?

Yo, en lugar de contarles otras cosas, aprovechaba para decirles lo que estudiaba. Les recitaba, por ejemplo, los ríos de España. Y ellos decían: “¿Y te los sabes todos?”. Hasta los gitanos más mayores me preguntaban y se quedaban boquiabiertos. Decían: “Ay, cómo sabe esta niña”. También nos poníamos música en el tocadiscos y cantábamos y bailábamos flamenco. Porque lo que no quería era perder mis costumbres gitanas.

¿Cómo recuerda sus inicios ya como maestra?

Primero trabajé en Huesca, en la escuela aneja a la Normal, por decisión de mis profesoras, para que me adaptara y adquiriese experiencia en la enseñanza. Estaba con niños de 3 años. Me gustaba mucho, los quería y ellos a mí. Todavía tengo alumnas en Huesca que, cuando me ven, me saludan con mucho cariño.

¿Sorprendía una maestra gitana?

Mi primer destino tras las oposiciones fue Olsón, un pequeño pueblo del Sobrarbe aragonés prácticamente incomunicado, y allí no noté nada especial. Necesitaban una maestra y fui muy bien recibida. Empecé a percibir problemas en mi siguiente destino, Albalate de Cinca, ya no era una escuela unitaria, sino que había diez maestros. Recuerdo algunos detalles desagradables. Como el de una maestra que me pidió que le hiciera un encargo. Yo iba a Monzón a unos cursillos y me dijo que le recogiera un reloj. Le dije que lo sentía mucho pero que no me iba a dar tiempo. Y ella me contestó enfadada: “Tú, como todos los gitanos, una vaga”. Yo le repliqué que ni yo era una vaga, ni lo son todos los gitanos, que no generalizase. Se llevó una reprimenda del director, por cierto.

¿Se ha sentido rechazada alguna vez?

Tanto como rechazada, no. Pero sí escuché algunos comentarios de maestros que tenían hijos y no querían que vinieran conmigo porque pensaban que no les podría dar los conocimientos adecuados. Tenían una especie de miedo. Creo que porque no estaban acostumbrados a tener como compañeros a una maestra de etnia gitana.

Bueno, fue usted la primera.

Sí. Y por ello he sido muy conocida en Aragón. También mis compañeros podían conocerme, mi manera de ser. No era una persona problemática, ni que buscara conflictos, todo lo contrario. Lo que a mí no me gustaba de algunos maestros (a lo mejor por mis genes gitanos) es ese sentido de competir, de intentar sobresalir aunque tuvieran que pisar a los demás. Pero, por supuesto, no quiero decir que todos los maestros fueran así. De hecho, he tenido y tengo muy buenos amigos maestros.

¿Qué ha sido lo más duro que le ha tocado vivir?

Una vez, en un claustro en el Colegio Monzón, me preparé mi intervención, porque yo estaba acostumbrada a dar charlas por toda España. Y expuse de forma muy vehemente que a mí no me interesaban los maestros que solo trasmitían conocimientos. Si no sabíamos convivir entre nosotros, darles a los chicos unos valores, una educación, una formación de cara a su vida futura, no lo estábamos haciendo del todo bien. La directora me llamó a su despacho después para decirme que había estado muy guerrera. Creo que no lo hubiera hecho con otro compañero. También, cuando me dieron la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo, hubo algunos compañeros que no me felicitaron.

Nuestra sociedad, ¿sigue siendo racista?

Sí, sigue habiendo mucho racismo. Parte de la sociedad mayoritaria sigue creyendo que las personas gitanas no sabemos ni hablar, que somos sucios, que no sabemos ni llevar una casa. Y eso no es cierto, tenemos defectos, pero también cualidades. Pero nosotros no hemos recibido una enseñanza ni hemos ido a la Universidad como las personas payas, salvo excepciones como pueda ser yo y otras personas que han venido después de mí. Todavía hay personas que nos siguen mirando mal. A mí, una compañera hasta me sugirió que me cortase el pelo para no parecer tan “gitanaza”. Esto fue muy hiriente.

Y en un sentido positivo, ¿recuerda alguna anécdota?

Sí, también las ha habido. Recuerdo a una maestra en Albalate; en nuestras horas de recreo yo era muy aficionada a leer revistas. Y me dijo: “Adelina, que no te vea yo leer estas revistas de cotilleos porque las demás van a pensar que solo te interesan esos temas. Tienes que leer revistas de educación”. Y ella me las prestaba. Desde entonces, siempre las leíamos juntas. Agradecí mucho ese consejo, esa actitud hacia mí.

¿Qué ha sido lo más satisfactorio de su profesión?

"Lo más satisfactorio han sido mis alumnos. Los chicos no entienden de racismo"

Mis alumnos. Ellos no entendían ni entienden de racismo. La verdad es que ahora, cuando voy por la calle, me saludan. Y hasta algunos me piden consejo, hablan conmigo en lugar de hacerlo con sus padres. Y yo, toda contenta de que me consideren su amiga.

Ha estado en las aulas 34 años, ¿ha cambiado mucho la escuela en este tiempo?

Una barbaridad. Primero, en la formación de los maestros, para mejor. Ahora los forman más y mejor en la enseñanza práctica, en nuevas tecnologías y audiovisuales... También en educación intercultural, que es muy importante. Los educan más de cara a la vida; algo que hay que hacer con los alumnos de todas las edades, no solo con los futuros maestros, también debería ser así en los colegios. Y lo que es la escuela, también ha cambiado mucho para mejor. Los alumnos de ahora salen más preparados, con mejor formación, por ejemplo, en idiomas, que se estudian desde los 3 años. Los jóvenes son más cultos y creo que mejores personas, porque van recibiendo otra educación, son más tolerantes. Por contra, ahora los padres crean problemas a los profesores; muchos maestros viven atemorizados y es que la sociedad de hoy está como si todos tuviéramos un rey en el cuerpo.

¿Ha variado la manera de ver a los gitanos en la escuela?

Hasta ahora costaba mucho que los niños gitanos fueran a la escuela. O iban, pero no aprobaban, solo aprendían a leer y a escribir. Con el tiempo, en la Educación Primaria se ha conseguido la escolarización casi plena; los chicos gitanos van aprobando más, sobre todo lo que más les gusta. Poco a poco, y en general, los maestros se interesan por sus alumnos gitanos. Les ayudan para que aprendan, tengan más formación.

¿Y en Secundaria?

Ahí es donde viene el problema, en los institutos, donde fallan mucho. Tanto las administraciones y los profesores como el pueblo gitano tenemos que luchar mucho para que vayan adaptándose y trabajar para que asistan a clase y aprovechen los estudios. Para ellos son difíciles y no los entienden. Y como en sus casas, en sus familias, no tienen la tradición del estudio o del esfuerzo que supone tener que estar toda una tarde estudiando porque va a haber examen, no lo pueden valorar. Hay que hacerles ver que ese esfuerzo será en su propio beneficio.

¿Con qué argumento se les convence?

"Las asociaciones gitanas están haciendo un buen trabajo. Hay que convencer con miel más que con hiel"

El mejor medio es a través de las asociaciones gitanas. Hay maestras gitanas que desarrollan allí su labor; dan clases de apoyo a alumnos gitanos y de cultura gitana, son un gran apoyo para los chicos. Y con miel más que con hiel, tal y como comenté alguna vez con el diputado gitano Juan de Dios Heredia. También a través del ejemplo de las personas jóvenes que están estudiando y están consiguiendo profesiones y puestos de trabajo que antes se consideraban solo de los payos.

¿Es optimista?

Creo que se conseguirá con el paso del tiempo. Lo mismo que antes los gitanos se iban de la Primaria y esto ahora ha mejorado, poco a poco irán más a los institutos y no se querrán casar tan jóvenes. Comprenderán que no pasa nada, que por eso no dejarán de ser gitanos. Y si un gitano se acaba casando con alguien que no lo es, no pasa nada.

¿Uno de los miedos de los padres gitanos es que sus hijos se mezclen con payos y se casen con ellos?

Sí, no por desprecio, sino por miedo a perder la cultura gitana, sus costumbres. Porque para ellos lo único importante son los principios que constituyen la cultura gitana; y si se casan con una persona paya a lo mejor tendrán más medios económicos, mejores casas, pero quizás pierden esos principios. Es necesario hacer un esfuerzo enorme para adaptarse a la sociedad sin perder esos principios. Es difícil, pero al cabo del tiempo se tienen que adaptar, porque si no estaremos siempre rezagados y a la cola. Y el pueblo gitano es un pueblo muy inteligente y tiene que saber aprovechar esa inteligencia para ocupar puestos de trabajo dentro de la sociedad. Y ser no solo maestros, también médicos, profesores de institutos, políticos... Porque, si no, nunca llegaremos a nada. Pero también es preciso que la sociedad nos permita estar. Porque ahora solo coexistimos y hace falta que convivamos más.

¿Ha tenido muchos alumnos gitanos?

En realidad, muy pocos. En Monzón hay dos colegios públicos. Yo estuve en el CP Aragón, y la mayoría de los gitanos se concentran en el otro.

¿La preferían?

No, los niños no entienden de razas ni de clases. Si les das cariño, ellos te responden. Lo que sí tuve fue algún problema con algún padre y alguna profesora; creo que me exigían más por el hecho de ser gitana. Algunas veces he notado que algunos padres se sorprendían al escucharme hablar, cabeceaban poco convencidos, como si no me creyesen capaz por ser gitana.

¿Qué valores ha intentado inculcar a sus alumnos?

En las clases (con niños de tercero a quinto), siempre les decía: “si os portáis bien, os leeré un cuento”. Y así los tenía muy atentos, pero realmente lo que quería era inculcarles el valor de la lectura. En cuanto al resto de los valores, los que yo considero democráticos: procuraba que no hablaran todos a la vez, que se ayudaran, que se prestaran los materiales, que fueran educados con todas las personas, que fueran tolerantes con los compañeros con dificultades, que intentaran ponerse en su lugar, averiguar por qué algunos se comportaban mal, qué problemas tenían, cómo ayudarles... Siempre he intentado sacar conclusiones con los alumnos a partir de hechos que nos ocurrían.

¿Qué supuso para usted la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo?

Fue muy emotivo. Para mí tiene mucho valor saber que no me lo daban por ser Adelina Jiménez, sino por ser la primera maestra gitana. No por ser mejor ni peor, sino por ser el ejemplo de saber estar en una sociedad que no era la mía. Pero el ministro Jesús Caldera habló de mi abuela, de don Carmelo y de mi vida.

Ya jubilada de la docencia, ¿continúa teniendo contacto con los jóvenes?

Sí, a través de la Fundación del Secretariado del Pueblo Gitano. Aunque ahora no puedo participar de forma muy activa por problemas de salud. He dado charlas en muchos sitios. También recibo a jóvenes que me piden consejo. Y ahora estoy colaborando con un sobrino que está escribiendo un libro sobre cultura gitana; me lo quiere dedicar porque, según me dice, he sabido salir de mi ambiente, he sido todo un referente.

¿Qué les dice a esas nuevas generaciones?

Que el pueblo gitano tiene que esforzarse para adaptarse a la sociedad; no tanto en su cultura, sino en el esfuerzo hacia el estudio y el trabajo, para lograr un país que sea mejor de lo que es. También que estas personas que han podido estudiar transmitan lo más importante de la cultura gitana, dentro de una sociedad mayoritaria. Y les cuento que los gitanos que hemos estudiado, sobre todo las mujeres, hemos tenido que sufrir. Que el hecho de no habernos casado no es que hayamos querido una vida libre, sino que ha venido dado por la entrega a nuestra profesión. O porque los gitanos que nos pretendían no nos sabían entender: no aceptaban que tuviéramos estudios y que desarrolláramos una profesión. Pero que por esto no perdemos nuestra cultura gitana, no queremos perderla. Que sepan valorar el esfuerzo que hemos hecho para estar dentro de la sociedad.

¿Las minorías salen reforzadas o perjudicadas con la nueva ley de educación?

Creo que todavía es pronto para poder opinar. Solo se podrá valorar cuando acabe el ciclo; entonces se sabrá qué ha sido positivo o negativo para los alumnos gitanos.

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